Porque sí, porque la vida lo quiso, soy así. Apasionada y dulce, analítica, pragmática. Acepto la realidad, no me engaño más. Ya me engané, ya me engañaron. Lo lamento, por ellos, no por mi. El dolor, como el sol, madura, forma. y por eso, porque sí... Soy asì.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Cuestion de peso





Pasaron diez minutos, veinte y veinte más. A medida que amainaba el efecto del whisky bajaba también el volumen del entusiasmo, dejándolo expuesto al hostigamiento de una duda cruel: ¿se habría arrepentido Eloísa? O peor aún, ¿se habría tomado a broma una cita que él, ingenuo, había venido a cumplir religiosamente?
Era esa hora en que el cielo se pinta de lila antes de caer la noche. Habían quedado en encontrarse a las cinco y ya eran las seis de la tarde. Pidió un café y volvió a abrir la notebook. Era una manera elegante de no quedar en evidencia si ella no se presentaba. Quiso conectarse a Internet pero recordó que allí no tenían wi-fi. Se quedó mirando la pantalla. Stonenhenge... siempre lo había fascinado ese paisaje, la solidez de las piedras contrastando con el cielo azul en medio de la llanura era como una alegoría de la soledad. Llamó al mozo para pedirle soda. Al mirar hacia la ventana vio su figura reflejada. No pudo evitar sentir la angustia que lo dominaba cada vez que tomaba conciencia de su apariencia.
Tenés que bajar de peso -había dicho su amigo Simón el día anterior cuando le habló de la cita- Podes ser el más grande de los poetas, pero la gordura es un obstáculo para conquistar a una mujer. El, como otras veces, no estuvo de acuerdo. Confiaba en su poder de seducción, en su labia y los poemas que les recitaba a través del teléfono.
Había en la línea de encuentros en que se había registrado, varías mujeres subyugadas por sus palabras y esperaba que a alguna de ellas le fuera indiferente su voluminosa presencia. ¿Acaso la apariencia de una persona es más importante que su ser interior, integridad y ternura?
Por eso le había interesado la presentación de Eloísa: -“Te propongo que seamos amigos. Que compartamos un café, caminatas y charlemos. Lo demás… el tiempo lo dirá”-. Le envió un mensaje que ella contestó al día siguiente, le gustaba su voz y su manera de pensar. Habían hablado horas y horas. Se conocían íntimamente. Sabía de sus gustos y pesares, de su familia, amigos y trabajo. Habían llegado a sentir un gran aprecio el uno por el otro. Esto les hizo tener cierta expectativa por un futuro en común y empezaron a fantasear un encuentro.
Finalmente llegaron a un acuerdo y se citaron en la confitería Las Rosas. Él tendría sobre la mesa la notebook y un ejemplar de su libro de poemas, y ella llevaría un vestido color malva. Marcelo le había anticipado que tenía algunos kilos de más, no se animó a decirle qué eran más de cincuenta) y Eloísa le dijo que también estaba un poquito excedida de peso. Rieron mientras se hacían mutuas bromas y, luego de cortar la comunicación, el confió en que su sobrepeso no sería un problema.
Perdida la mirada en el cielo azul de Stonehenge no se había percatado de que alguien le estaba hablando.
-Hola, cómo estás. ¡Por fin nos encontramos! -dijo una voz conocida, mientras una montaña de color malva se derramaba sobre la silla que lo enfrentaba. ¿Era Eloísa? ¿Su Eloísa? Pues sí, no había duda. La realidad superaba en mucho a la peor de las imágenes que de ella se había hecho. Obesa, tan obesa que parecía que la piel iba a estallar ante el esfuerzo de contener su gordura. Los ojos azules apenas se entreveían y la boca, también de color malva, pugnaba por emerger entre dos abundantes cachetes. Eloísa no tenía cuello, este había sucumbido envuelto por capas y capas de grasa. Marcelo estaba desolado. Otra vez lo habían engañado. El no podía tolerar una mujer tan abundante. No sabía por qué, pero las mujeres gordas lo inhibían, lo des-erotizaban. Quiso disimular lo que sentía pero era incapaz de mantener una conversación coherente.
Eloísa no se dio cuenta de lo que pasaba y siguió hablando. Llevada por los nervios del momento hablaba y hablaba. Le contó de lo difícil que había sido conseguir un coche que la llevara hasta la confitería, de lo pequeña que era la silla, de la mesa en la que apenas podía apoyar los brazos. El hombre respondía con monosílabos y una sonrisa cortés.
Así continuaron bajo las miradas de los que los rodeaban, unos molestos porque la dulce voz de Eloísa se había convertido en un sonsonete fastidioso y otros porque su corpulencia les hizo apiñarse junto a sus compañeros de mesa.
Justo cuando la mano de ella se había acercado a la de él, como una invitación a la caricia, Marcelo recibió una llamada por el celular. No fueron muchas las palabras que cambió con su interlocutor.
Cuando terminó de hablar le dijo a Eloísa que debía reunirse con el editor de su próximo libro, para aclarar algunos puntos del contrato. Hizo un gesto llamando al mozo mientras le manifestaba la pena que sentía por tener que irse antes de lo pensado.
La ayudó a levantarse de la silla y salieron zigzagueando con dificultad por el estrecho pasillo que los llevaba a la puerta, provocando oleadas entre los ocupantes de las mesas que estaban en su camino, cuando trataban de eludir el bamboleo de sus caderas.
Una vez en la calle, esperaron hasta que pasó un coche lo suficientemente cómodo y se despidieron con la promesa de seguir la charla esa noche por medio de la línea de encuentros. Ninguno le pidió al otro el número de teléfono particular.
Exhalando un profundo suspiro Marcelo vio como se alejaba el taxi, mientras pensaba en lo oportuno que había sido al pedirle a su amigo Simón que lo llamara a las siete de la tarde.
Volvió a su casa. Apenas dos cuadras, pero el paso tardo que le imponía su obesidad hizo que demorara más de veinte minutos. Una vez allí, fue al dormitorio y mientras se cambiaba pensaba como salir del paso. No le gustaba Eloísa, no se veía viviendo con una mujer tan gorda.
Regresó al living, se sentó en un sillón y luego de un rato llegó a la conclusión de que lo mejor era cerrar la casilla y desaparecer sin dar explicaciones. Era una pena porque había varias mujeres con las que le hubiera gustado probar suerte, pero no tenía ganas de toparse con ella.
Decidido, alzó el teléfono y marcó el número de “Buscando amor”. Había varios mensajes, entre ellos uno de Eloísa en el que le decía que no la buscara más porque era un mentiroso. Que le había dicho que tenía unos kilos de más y era un gordo vergonzante, que se había sentido muy incómoda en la confitería al ver como los miraban y, lo más importante, que a ella no le gustaban los gordos.
Marcelo no podía creer lo que oía. Furioso oprimió la tecla del teléfono para responderle. No pudo, la voz impersonal de la locutora de la línea dijo: “Esa casilla ya no existe”. Eloísa le había ganado de mano. Colgó el teléfono y, silbando bajito, fue a la cocina, sacó del freezer un pote de helado y la cuchara que guardaba, por si acaso, en el anaquel superior de la puerta de la heladera. Volvió al sillón y con el control remoto encendió el televisor. Abrió el pote y comió, como sin darse cuenta, mientras pensaba en lo que había pasado.
Decidió que ya era hora de bajar de peso porque estaba cansado de los problemas que le acarreaba su gordura..El lunes llamo al médico y le pido una derivación para la nutricionista –dijo, mientras iba a buscar otro pote de helado.


Eloísa, que le había enviado el mensaje desde el taxi, llegó a su destino. Entró en un edificio de oficinas y subió al tercer piso. Abrió la puerta de la oficina de redacción y se dirigió a la oficina de su jefa, saludando a sus compañeros con la sonrisa fácil que la caracterizaba. Ellos, ensimismados en sus computadoras apenas le contestaban. La puerta estaba abierta, así que entro y, se sentó en un sillón mientras decía:
-No hay caso, Celia. ¡Dijo que tenía unos kilos de más y era tan gordo que yo al lado de él parecía anoréxica! Éste fue el último intento, parece que es imposible dar con un hombre que no mienta en esa línea, sin importar clase social, cultura o inteligencia.. Cuando no son obesos, son calvos, tienen diez años más de lo que confiesan o están casados. Creo que ya hay suficiente material para el artículo sobre las líneas de encuentro y los hombres que pululan en ellas.
Después de hablar un rato sobre el título y la extensión que tendría la nota, fue a su escritorio y mientras se encendía la computadora, entreabrió el segundo cajón del escritorio. Ése dónde escondía los medallones de menta con chocolate. Abrió la caja y se puso uno en la boca. Se agachó simulando recoger algo del piso mientras lo tragaba casi sin masticar. Sintió como bajaba a duras penas por su esófago, se enderezó y atrajo hacia ella el teclado. Empezó a escribir mientras pensaba como había fracasado la última de sus esperanzas. Propuso ese tema, porque le permitía entrar a las líneas de encuentro telefónicas desde su oficina. Pero todo había sido en vano. Cuatro meses de pretendida investigación sólo habían servido para sentirse cada vez más humillada y discriminada por su gordura.
Volvió a meter la mano en el cajón y sacó otra menta, la desenvolvió y le dio un mordisco mientras se prometía: Mañana empiezo el régimen.-

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo

Buenos Aires, 22 de noviembre de 2010
Derechos Registrados

11 comentarios:

  1. Qué fácil es ver la paja en el ojo ajeno... cómo nos cuesta vernos, aceptarnos como somos. Muy buen relato Rorry, y tan real!!
    Abrazote.

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  2. Es cierto, Cecilia. Y, en este caso, no tan sólo es "Ver la paja en el ojo ajeno" sino tambien..."No poder vencer sus compulsiones".
    Ambos reurren a la comida, en busca de consuelo, tratando de llenar su vación con comida.
    Un Beso de puerto a puerto
    Rorry

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  3. ...un tiempo real
    y otro a destiempo
    donde se sigue
    la vida y no
    su presente.
    Nada daña tanto
    como el no saber
    unir ambos
    ver o querer
    y elegir el
    más correcto
    y nos llene
    de lo que necesitemos.



    saludos :


    j.r.s.

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  4. Muy bueno tu cuento amiga!
    Dos amig@s que se encontraban por la primera vez. Sabes que leyendote pude verlos sentados en la confiteria. Imaginate si el espacio fuera pequeño solo ellos los dos la llenaban jajajajajaja.

    Rorry, ya visitaste mi nuevo blogue? Te invito:

    http://conversasdecafe-flor.blogspot.com

    Muchos besos querida.
    Flor

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  5. José Ramón

    Ilusiones
    sin sentido,
    esperanzas
    infundadas,
    mentiras
    desesperadas.
    Encuentros
    desencontrados.
    Dos caminos
    que se alejan.
    Vacío,
    soledad,
    confusión

    Saludos
    Rorry

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  6. Qué bien relatado Rorry!! los pude visualizar a ambos en la confitería y en sus compulsiones.

    Será que ninguno de los dos aceptaba la obesidad como una enfermedad?

    Excelentísimo relato que me deja reflexionando muchísimo.

    Besote

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  7. Rorry!!
    He vuelto por estos lugares y, por supuesto, he vuelto a visitarla.
    Y cual es mi sorpresa al encontrarme con este pedazo de relato tan bueno.
    Más que un relato podría ser una fábula, no? Porque los personajes se comportan como animales tratando con bastante poco cariño al indivíduo de en frente y al final la historia aporta una moraleja.

    Espero verla a menudo y la invito a visitar mi nuevo blog: desdelainocencia.blogspot.com

    Un beso!

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  8. SUSU
    Quizás es la aplicación del conocido "la paja en el ojo ajeno, y no la vida en el propio".
    No vemos nuestra realidad y advertimos como negativo, lo que el otro tiene de nosotros.
    Un beso
    Rorry

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  9. Gus!Gracias por tu comentario
    Que bueno verte de regreso en el cyberespacio.
    Ya voy a visitarte.
    Rorry

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  10. ¡Gracias!
    Mis mejores deseos para vos
    Rorry

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