Porque sí, porque la vida lo quiso, soy así. Apasionada y dulce, analítica, pragmática. Acepto la realidad, no me engaño más. Ya me engané, ya me engañaron. Lo lamento, por ellos, no por mi. El dolor, como el sol, madura, forma. y por eso, porque sí... Soy asì.

sábado, 13 de febrero de 2010

La otra y yo



Ella, la otra, calcula cada paso que dá como un general que planea sus batallas. Yo, en cambio, disfruto de las cúpulas de Buenos Aires, los crepúsculos y un café junto a mis amigos.

Ella titubea y se lleva las cosas por delante, en su afán por continuar participando en la vida que llevan los demás. Eso me abochorna a MI, que en la soledad, soy eficaz, rápida y segura. Por eso trato de convencerla de que sea fiel a sí misma y no trate de ser la persona que los demás esperan que sea.

Ella disfruta del barniz de cultura e intelectualidad que tenía antes del cambio y Yo...lucho, con denuedo, para recuperar ese prestigio. Es dura la tarea pues que mis ojos enfermos son un obstáculo difícil de franquear.

Compartimos el gusto por la música de cámara, Bach, la New Age y leímos (por no decir devoramos) libros de antropología, novelas, ciencia-ficción y autoayuda. Aunque a la otra no le gusta mucho admitir esto último, debo reconocer que nos ayudaron mucho en los malos momentos.
Su existencia impide que muchos me conozcan. Esto, a veces, es cómodo pues no quiero vivir dando explicaciones por ser como soy. Algunos me descubren, no se dejan engañar por la otra, y les gustó así. Vivo en la espera de que eso suceda, que Ella no desvíe la atención o genere rechazo.

Pero no reniego de Ella pues ambas somos una y Yo soy las dos; y cada una, si quiere, puede hacer el trabajo de las dos.
Nos pasaron las mismas cosas, es cierto, pero mientras que a Ella la obligaron a reducir sus expectativas y renunciar a ciertas metas, a Mí me abrieron nuevos caminos, otra forma de vivir y ver la realidad.

Por eso, la otra y yo somos inseparables y complementarias. La luz y las sombras, el día y la noche, la saciedad y el hambre, el odio y el amor, el aleph y el nadir, el todo y la nada... La vida en suma.-

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo
Derechos Reservados

sábado, 6 de febrero de 2010

SOSPECHA




Despertó angustiado. No podía respirar. Tenía el abdomen contraído y los músculos del pecho tensos, en un vano intento por llevar un poco de aire a sus pulmones.

- ¡Calma!... ¡Calma! – Se ordenaba silenciosamente, mientras procuraba seguir las instrucciones dadas por el médico – Estiró la mano, en busca del vaso con agua que todas las noches estaba en la mesa de luz.

-Un sorbo, un sorbo a la vez, seguí las indicaciones- se decía – ya va a pasar Lentamente, no importa que te cueste respirar. Un sorbo a la vez, como dijo el doctor.- Poco a poco, el agua disolvió los restos de jugo gástrico que aún quedaban en su garganta. La traquea volvió a abrirse y una bocanada de aire inundó sus pulmones.

Mientras tanto Diana, fue a buscar un toallón y otro pijama, para reemplazar
el que tenía puesto, mojado por el agua que Andrés había derramado en su desesperación. También trajo una jarra con agua fresca. Luego, se acurrucó a su lado. El aspecto compungido de su rostro, discordaba con la expresión de los ojos que, por momentos, parecían titilar de excitación. Sus ojos lo desconcertaban. Cambiaban de color según las situaciones, sombríos por instantes y brillantes hasta el exceso en otros.

Se recostó en las almohadas rememorando, mientras esperaba el sueño, el día en que se conocieron...

Fue un atardecer en los jardines que rodeaban al edificio piramidal de Tetradestino, la empresa que había concretado su encuentro. El sol de otoño reverberaba en sus muros acristalados. Diana era como la había soñado. hermosa, sensual, tierna, contenedora, dócil y dispuesta a conciliar con él. Juntos, sintiendo que eran uno para el otro, se alejaron de Tetra-destino hacia un futuro lleno de expectativas

Y estas se cumplieron. Su piel despertaba en Andrés sensaciones desconocidas. A diferencia de otras mujeres, escuchaba con interés las tediosas explicaciones que Jaime le daba sobre su colección de escarabajos y lo acompañaba, en las largas caminatas que hacía por el bosque buscando nuevos especímenes. A veces lo sorprendía al descubrir ejemplares que a él se le habían pasado por alto. Como era una experta cocinera, le sorprendía cada día con una sorpresa. A veces era un delicado plato de la cocina francesa. Otras, raros manjares de países remotos. Preparaba comida mejicana, hindú, siria, árabe y de lugares que él no había oído hablar. Los condimentaba con las exóticas especies de su lugar de origen, por lo que éstos conservaban el sabor, fuego y misteriosa atracción de su lugar de origen. Vivían un eterno y maravilloso romance, pero...

Por momentos, los ojos de su esposa se volvían opacos ante su mirada, como velando un secreto y otras veces le parecía advertir una cierta expresión culpable en su rostro, cuando no sabía que la miraba. ¡Y esa acidez!... Esa acidez que era la causante los terrores de cada noche…

-Hiperclorhidria y hernia de diafragma – dijo el gastroenterólogo- Esta es la causa de los reflujos de jugo gástrico en su esófago y de su asfixia nocturna. Debe abstenerse de comer en exceso, comidas muy condimentadas o picantes, café, alcohol, limón, tomate, ya que el jugo gástrico puede provocar un espasmo en su laringe, de tal intensidad, que la cerrará impidiéndole respirar. En especial no tiene que comer nada que tenga vitamina C, pues hemos constatado en nuestros estudios que usted muy sensible a ella.

Aterrado ante esta perspectiva, Juan cumplía la dieta rigurosamente. Además dormía con dos almohadas, para evitar que las regurgitaciones ácidas ocasionaran un accidente que podía llegar a ser fatal. Pese a todo, continuaba sufriendo esos accesos de ahogo, casi muerte. No descansaba de noche, pues el temor le impedía conciliar el sueño y, cuando lograba hacerlo, tenía horribles pesadillas. Soñaba que le acechaban, que una sombra negra se inclinaba sobre él para asfixiarlo. Luchaba con desesperación para liberarse y, cuando lo conseguía era porque lo despertaba la voz de su compañera reconviniéndole por su mal dormir, mientras acomodaba las almohadas que habían caído al suelo.
Y así transcurrió el tiempo hasta el día en que, buscando en la alacena de la cocina un poco de bicarbonato para calmar su acidez, encontró, detrás de los condimentos, una caja con potes en cuyo membrete decía” ácido ascórbico”.

¡Acido ascórbico!... ¡Vitamina C!... El detonante de sus ataques. Entonces comprendió, o creyó comprender, por qué Diana hacía tantas comidas exóticas, con sabores que no podía definir y que tanto lo deleitaban. Y supo, o creyó saber, la causa de que su acidez no desapareciera. Corrió, desesperado, a buscar ese botón que había jurado no oprimir jamás, maldiciéndose por no haber pedido que bloquearan en ella la capacidad de matar -en realidad jamás pensó que estuviera capacitada para hacerlo-. ¿Acaso entre todos los papeles que había firmado, el día que fue a buscarla, había alguno en que le dejaba todos sus bienes a ella, y por ende a sus creadores, Tetra-destino?

De todas maneras, sabía lo que tenía que hacer. Se detuvo en la puerta del dormitorio para calmarse. Entro... Diana estaba recostada en la cama esperándolo. Alzó la cabeza y lo miró. Se acercó sonriente, la abrazó y mientras la besaba, introdujo la mano bajo su blusa. Ella murmuró, incitándolo. Andrés continuó acariciándola hasta que encontró lo que buscaba. Entonces oprimió el botón. Diana, su compañera ideal, la que había sido su mujer, quedó laxa, como dormida entre sus brazos. La apartó con disgusto y abandonó la casa. Desde un bar cercano llamó a la empresa para que vinieran a retirarla esa misma noche.

Cuando regresó, no quedaba en la casa el menor rastro de ella. Una semana después lo llamaron de Tetradestino para finalizar los trámites de su devolución. Fue entonces cuando se enteró horrorizado, que el “ácido ascórbico” constituía un elemento esencial para el mantenimiento del delicado organismo bio-cibernético que era, en esencia, su muy querida Diana.

Quiso recuperarla pero fue imposible. Había sido incinerada como todos los bio-acompañantes que se consideraban defectuosos.-

Dos días después fue a consulta con el gastroenterólogo y éste le reconvino por haber continuado fumando pese a sus recomendaciones. Si continuaba con esa costumbre, no podría revertir su problema de hiperclorhidria. Andrés volvió a su casa después de hacer algunas compras. Esa noche, solo como antes, encendió el televisor y cenó opíparamente, culminó el banquete con helado de limón y chocolate, un café y whisky con hielo. Luego de fumar varios cigarrillos se fue a dormir.

No llevó la jarra con agua…

María del Rosario Márquez Bello

Rorry, la Charo

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