Porque sí, porque la vida lo quiso, soy así. Apasionada y dulce, analítica, pragmática. Acepto la realidad, no me engaño más. Ya me engané, ya me engañaron. Lo lamento, por ellos, no por mi. El dolor, como el sol, madura, forma. y por eso, porque sí... Soy asì.

domingo, 3 de abril de 2011

Amalia, mi amiga



Amalia, mi amiga



"Lo bueno de ser un discapacitado auditivo es que no te molesta la afición de tu vecino por el rock pesado. Lo malo, es cuando te das cuenta por las miradas de tus interlocutores que dijiste que te gustaba la pornografía, creyendo que hablaban de la campaña “Amamantar a tu hijo, es fortalecer su futuro”. Las palabras que dijo Amalia el día que nos conocimos, se grabaron en mi memoria, por la irónica tristeza que trasmitían.


Nos encontramos en la confitería Las Violetas. Una vez allí, nos dimos cuenta de lo complicado que era sostener una conversación coherente. La dificultad no estribaba tanto en su sordera, sino en que nuestras palabras se perdían entre el rumrum de las voces de los parroquianos rebotando contra las paredes revestidas en mármol del salón.


Amalia, en esos momentos rondaba los cincuenta años, parecía ser una persona inteligente, vivaz, con infinitas ganas de compartir y comunicarse; abierta a nuevas experiencias que le permitieran avanzar en el camino del conocimiento. Sus ojos, inquietos y vivaces, escudriñaban en derredor y contemplaban con calidez a su interlocutor. Creo que, de no ser porque ella lo decía, nadie hubiera advertido su problema hasta el momento de entablar una conversación.


Limitada por la hipoacusia, Amalia tuvo que hacer elecciones dolorosas pero necesarias, para evitar momentos de desasosiego. Ver una película sin subtítulos era algo a lo que había tenido que renunciar, por la angustia que sentía al perder parte del diálogo y, por ende, no comprender íntegramente lo que acontecía en el film. Lo mismo sucedía con las conferencias, la música, el teatro y también con las reuniones.


Cualquier reunión era un desafío, en su intento por diferenciar del ruido ambiente las palabras de su vecina de mesa. Amalia tenía siempre una sonrisa dibujada en los labios. Con ella intentaba demostrar que participaba de la conversación general. Dije una sonrisa en los labios porque en los ojos se advertía, el desconcierto y la soledad. En muchas de esas reuniones se sentía aislada, como en una isla en medio del mar; sobre todo cuando cansados en su intento por hacerse comprender, sus vecinos de mesa, le daban la espalda y se ponían a conversar con otros comensales. Y ahí quedaba Amalia, sola en su mundo de uno, perdida en un maremágnum de sonidos confusos, con un sinfín de ideas, sueños y vivencias que no podía compartir con los demás.



Como las dos intentábamos incursionar en el mundo de la literatura, resolvimos concurrir al taller literario organizado por la conocida escritora Elisa Argayaras, a quien yo conocía de talleres anteriores. Elisa, que también era sorda, no había renovado su viejo audífono, pues tenía problemas económicos. Esto hacía que a veces, viviéramos incómodas y graciosas situaciones cuando el chirrido del audífono irrumpía en la sala, tapando sus palabras. Incómodas ya que no hay nada más molesto para quien sufre alguna discapacidad, que ser puesto en evidencia por la misma y graciosas porque Elisa acomodaba el audífono con displicencia y sorteaba el mal momento diciendo algo con el humor irónico que la hacía tan especial.


En el cálido ambiente del taller, e impulsada por Elisa que había vislumbrado las condiciones de Amalia, ella empezó a escribir cuentos y relatos en los que volcaba sus ilusiones y experiencias. Se presentó en cuanto concurso hubiera y, gracias a su capacidad, perseverancia y talento, fue ascendiendo por el camino del reconocimiento público.


Hoy es una escritora de renombre, a la que invitan a múltiples reuniones del mundo social y literario. Como no tiene por costumbre asistir, cuando lo hace su presencia es sumamente valorada y, en cuanto llega, se ve rodeada por un mar de gente que desea conocerla, sacarse una foto con ella, o aunque más no sea, su autógrafo.


Como siempre, desde que somos amigas, yo la acompaño. Amalia quiere que esté con ella en esos momentos. Ella quiere y necesita que esté cerca, porque se reconocer en su mirada, cuando me pide auxilio porque se siente perdida entre el confuso y estridente murmullo que la rodea.


Entonces, acudo a su lado, y la ayudo, como otras veces, a retirarse del lugar con elegancia.

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo


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Buenos Aires, 3 de abril de 2011
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