Porque sí, porque la vida lo quiso, soy así. Apasionada y dulce, analítica, pragmática. Acepto la realidad, no me engaño más. Ya me engané, ya me engañaron. Lo lamento, por ellos, no por mi. El dolor, como el sol, madura, forma. y por eso, porque sí... Soy asì.

lunes, 29 de noviembre de 2010

En la Playa



Miraba a dos chicos que estaban jugando a la pelota en la playa, y de pronto, uno me dio un pelotazo en la nariz.
Hubo una explosión de colores y no supe más de mí. Cuando recuperé el conocimiento, estaba rodeada por un grupo de personas.
¡Qué barbaridad! –decía una gorda de malla roja y capelina de paja- ¿Cómo dejan jugar a los chicos a la pelota en la playa.
¿Estás bien? –preguntó ansioso el cuarentón de la carpa de al lado, con el que había cambiado algunas miraditas el día anterior.
Estoy mareada. Creo que me rompieron la nariz –contesté, mientras pensaba: no hay mal que por bien, no venga. Por fin me habla-.
No sé cuánto tiempo estuve sin conocimiento. Lo que sí sé, es que tenía los labios dormidos l y la nariz me palpitaba como si fuera a explotar.
En eso, llegó el bañero con el médico del hotel. Y, mientras éste me revisaba, el bañero alejaba a los que me rodeaban.
No creo que haya fractura –dijo el doctor, mientras palpaba mi nariz.
¿Está seguro? –pregunté- Me duele mucho.
Seguro, si. No hay fractura. Le va a doler bastante –me contesto.
¿Tengo que ir al hospital? –pregunté a duras penas, porque los labios se me hinchaban cada vez más.
No. No es necesario-replicó -, con el analgésico que le voy a recetar y unas compresas frías, va a estar como nueva en unos días. Eso sí, le recomiendo no dormir durante veinticuatro horas.
¡Veinticuatro horas! ¿Cómo hago doctor? Estoy sola la ciudad. No conozco a nadie que me ayude a mantenerme despierta por veinticuatro horas.
A ver –dijo el -, dirígiéndose a quienes nos rodeaban- ¿Alguien puede acompañar a la señorita?
Si, yo -dijo el cuarentón, que entre nosotros, estaba muy bien -, soy Víctor, el dueño de la marisquería que está en la rambla. Si usted lo permite, quisiera ayudarla en todo lo posible. Me siento responsable del accidente, ya que fue uno de mis hijos el autor del pelotazo.
Le agradecí, tratando de sonreir con los ojos ya que no sentía la boca, al mismo tiempo que le extendía la mano para que me ayudara a levantar.
Me tomó la mano y ese fue el comienzo de nuestra historia.
Hoy, luego de 30 años de feliz convivencia con él, todavía nos reímos cuando vemos como tengo la cara en la foto que una turista me sacó en la playa, pensando que era un notición para el periódico local.
Y más nos reímos cuando el hijo mayor de Víctor, acota: Ése fue el mejor pase que dí en mi vida.-
 
María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo
 
Buenos Aires, 29 de noviembre de 2010
Derechos Reservados

domingo, 21 de noviembre de 2010

Cuestion de peso





Pasaron diez minutos, veinte y veinte más. A medida que amainaba el efecto del whisky bajaba también el volumen del entusiasmo, dejándolo expuesto al hostigamiento de una duda cruel: ¿se habría arrepentido Eloísa? O peor aún, ¿se habría tomado a broma una cita que él, ingenuo, había venido a cumplir religiosamente?
Era esa hora en que el cielo se pinta de lila antes de caer la noche. Habían quedado en encontrarse a las cinco y ya eran las seis de la tarde. Pidió un café y volvió a abrir la notebook. Era una manera elegante de no quedar en evidencia si ella no se presentaba. Quiso conectarse a Internet pero recordó que allí no tenían wi-fi. Se quedó mirando la pantalla. Stonenhenge... siempre lo había fascinado ese paisaje, la solidez de las piedras contrastando con el cielo azul en medio de la llanura era como una alegoría de la soledad. Llamó al mozo para pedirle soda. Al mirar hacia la ventana vio su figura reflejada. No pudo evitar sentir la angustia que lo dominaba cada vez que tomaba conciencia de su apariencia.
Tenés que bajar de peso -había dicho su amigo Simón el día anterior cuando le habló de la cita- Podes ser el más grande de los poetas, pero la gordura es un obstáculo para conquistar a una mujer. El, como otras veces, no estuvo de acuerdo. Confiaba en su poder de seducción, en su labia y los poemas que les recitaba a través del teléfono.
Había en la línea de encuentros en que se había registrado, varías mujeres subyugadas por sus palabras y esperaba que a alguna de ellas le fuera indiferente su voluminosa presencia. ¿Acaso la apariencia de una persona es más importante que su ser interior, integridad y ternura?
Por eso le había interesado la presentación de Eloísa: -“Te propongo que seamos amigos. Que compartamos un café, caminatas y charlemos. Lo demás… el tiempo lo dirá”-. Le envió un mensaje que ella contestó al día siguiente, le gustaba su voz y su manera de pensar. Habían hablado horas y horas. Se conocían íntimamente. Sabía de sus gustos y pesares, de su familia, amigos y trabajo. Habían llegado a sentir un gran aprecio el uno por el otro. Esto les hizo tener cierta expectativa por un futuro en común y empezaron a fantasear un encuentro.
Finalmente llegaron a un acuerdo y se citaron en la confitería Las Rosas. Él tendría sobre la mesa la notebook y un ejemplar de su libro de poemas, y ella llevaría un vestido color malva. Marcelo le había anticipado que tenía algunos kilos de más, no se animó a decirle qué eran más de cincuenta) y Eloísa le dijo que también estaba un poquito excedida de peso. Rieron mientras se hacían mutuas bromas y, luego de cortar la comunicación, el confió en que su sobrepeso no sería un problema.
Perdida la mirada en el cielo azul de Stonehenge no se había percatado de que alguien le estaba hablando.
-Hola, cómo estás. ¡Por fin nos encontramos! -dijo una voz conocida, mientras una montaña de color malva se derramaba sobre la silla que lo enfrentaba. ¿Era Eloísa? ¿Su Eloísa? Pues sí, no había duda. La realidad superaba en mucho a la peor de las imágenes que de ella se había hecho. Obesa, tan obesa que parecía que la piel iba a estallar ante el esfuerzo de contener su gordura. Los ojos azules apenas se entreveían y la boca, también de color malva, pugnaba por emerger entre dos abundantes cachetes. Eloísa no tenía cuello, este había sucumbido envuelto por capas y capas de grasa. Marcelo estaba desolado. Otra vez lo habían engañado. El no podía tolerar una mujer tan abundante. No sabía por qué, pero las mujeres gordas lo inhibían, lo des-erotizaban. Quiso disimular lo que sentía pero era incapaz de mantener una conversación coherente.
Eloísa no se dio cuenta de lo que pasaba y siguió hablando. Llevada por los nervios del momento hablaba y hablaba. Le contó de lo difícil que había sido conseguir un coche que la llevara hasta la confitería, de lo pequeña que era la silla, de la mesa en la que apenas podía apoyar los brazos. El hombre respondía con monosílabos y una sonrisa cortés.
Así continuaron bajo las miradas de los que los rodeaban, unos molestos porque la dulce voz de Eloísa se había convertido en un sonsonete fastidioso y otros porque su corpulencia les hizo apiñarse junto a sus compañeros de mesa.
Justo cuando la mano de ella se había acercado a la de él, como una invitación a la caricia, Marcelo recibió una llamada por el celular. No fueron muchas las palabras que cambió con su interlocutor.
Cuando terminó de hablar le dijo a Eloísa que debía reunirse con el editor de su próximo libro, para aclarar algunos puntos del contrato. Hizo un gesto llamando al mozo mientras le manifestaba la pena que sentía por tener que irse antes de lo pensado.
La ayudó a levantarse de la silla y salieron zigzagueando con dificultad por el estrecho pasillo que los llevaba a la puerta, provocando oleadas entre los ocupantes de las mesas que estaban en su camino, cuando trataban de eludir el bamboleo de sus caderas.
Una vez en la calle, esperaron hasta que pasó un coche lo suficientemente cómodo y se despidieron con la promesa de seguir la charla esa noche por medio de la línea de encuentros. Ninguno le pidió al otro el número de teléfono particular.
Exhalando un profundo suspiro Marcelo vio como se alejaba el taxi, mientras pensaba en lo oportuno que había sido al pedirle a su amigo Simón que lo llamara a las siete de la tarde.
Volvió a su casa. Apenas dos cuadras, pero el paso tardo que le imponía su obesidad hizo que demorara más de veinte minutos. Una vez allí, fue al dormitorio y mientras se cambiaba pensaba como salir del paso. No le gustaba Eloísa, no se veía viviendo con una mujer tan gorda.
Regresó al living, se sentó en un sillón y luego de un rato llegó a la conclusión de que lo mejor era cerrar la casilla y desaparecer sin dar explicaciones. Era una pena porque había varias mujeres con las que le hubiera gustado probar suerte, pero no tenía ganas de toparse con ella.
Decidido, alzó el teléfono y marcó el número de “Buscando amor”. Había varios mensajes, entre ellos uno de Eloísa en el que le decía que no la buscara más porque era un mentiroso. Que le había dicho que tenía unos kilos de más y era un gordo vergonzante, que se había sentido muy incómoda en la confitería al ver como los miraban y, lo más importante, que a ella no le gustaban los gordos.
Marcelo no podía creer lo que oía. Furioso oprimió la tecla del teléfono para responderle. No pudo, la voz impersonal de la locutora de la línea dijo: “Esa casilla ya no existe”. Eloísa le había ganado de mano. Colgó el teléfono y, silbando bajito, fue a la cocina, sacó del freezer un pote de helado y la cuchara que guardaba, por si acaso, en el anaquel superior de la puerta de la heladera. Volvió al sillón y con el control remoto encendió el televisor. Abrió el pote y comió, como sin darse cuenta, mientras pensaba en lo que había pasado.
Decidió que ya era hora de bajar de peso porque estaba cansado de los problemas que le acarreaba su gordura..El lunes llamo al médico y le pido una derivación para la nutricionista –dijo, mientras iba a buscar otro pote de helado.


Eloísa, que le había enviado el mensaje desde el taxi, llegó a su destino. Entró en un edificio de oficinas y subió al tercer piso. Abrió la puerta de la oficina de redacción y se dirigió a la oficina de su jefa, saludando a sus compañeros con la sonrisa fácil que la caracterizaba. Ellos, ensimismados en sus computadoras apenas le contestaban. La puerta estaba abierta, así que entro y, se sentó en un sillón mientras decía:
-No hay caso, Celia. ¡Dijo que tenía unos kilos de más y era tan gordo que yo al lado de él parecía anoréxica! Éste fue el último intento, parece que es imposible dar con un hombre que no mienta en esa línea, sin importar clase social, cultura o inteligencia.. Cuando no son obesos, son calvos, tienen diez años más de lo que confiesan o están casados. Creo que ya hay suficiente material para el artículo sobre las líneas de encuentro y los hombres que pululan en ellas.
Después de hablar un rato sobre el título y la extensión que tendría la nota, fue a su escritorio y mientras se encendía la computadora, entreabrió el segundo cajón del escritorio. Ése dónde escondía los medallones de menta con chocolate. Abrió la caja y se puso uno en la boca. Se agachó simulando recoger algo del piso mientras lo tragaba casi sin masticar. Sintió como bajaba a duras penas por su esófago, se enderezó y atrajo hacia ella el teclado. Empezó a escribir mientras pensaba como había fracasado la última de sus esperanzas. Propuso ese tema, porque le permitía entrar a las líneas de encuentro telefónicas desde su oficina. Pero todo había sido en vano. Cuatro meses de pretendida investigación sólo habían servido para sentirse cada vez más humillada y discriminada por su gordura.
Volvió a meter la mano en el cajón y sacó otra menta, la desenvolvió y le dio un mordisco mientras se prometía: Mañana empiezo el régimen.-

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo

Buenos Aires, 22 de noviembre de 2010
Derechos Registrados

viernes, 12 de noviembre de 2010

Murphy tenía razón...


 “Si algo puede salir mal, saldrá mal”


Creo que la mayoría de las personas está de acuerdo con esta aseveración de Edward A. Murphy. En cuanto a mí, no dudo que este año  ha sido regido por esta sentencia. Es que, en total, estuve más de cuatro meses sin mi computadora y, en consecuencia, no atendí el blog como debería haberlo hecho.
Cuatro veces mi niña informática se declaró en huelga, hasta llegar a casi un estado de no retorno. Durante todo ese tiempo, procuré tomar las cosas con calma y, a decir verdad, me asombró comprobar que no era tan adicta a la computadora como creía. Me hacía falta más por razones prácticas que por dependencia. Extrañaba eso si, el procesador de texto, los últimos audiolibros que había bajado y que dormían en sus entrañas, mi conexión con las radios online y la música que ellas me prodigaban.
Y estas palabras resonaban en mi cabeza: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Fue por eso que, en cuanto me entregaron la computadora, resolví buscar a Murphy y a su famosa ley en Google.. Así fue como descubrí que tiene varios corolarios, algunos de los cuales se ajustan perfectamente a lo que viví estos últimos meses. A saber:
1.- Nada es tan fácil como parece.
Y así fue, lo que en principio parecía algo simple, la fuente de energía no funcionaba, devino en un desastre casi total con más complicaciones de las esperadas y fueron tantas las piezas que hubo que reponer que de mi computadora sólo quedaron el gabinete, la fuente y el grabador de dvd.
2.-Todo lleva más tiempo del que usted piensa.
Y sí, llevó mucho más tiempo, pues con intervalos de tres meses, y luego otro mes, volvía a quedar sin computadora por problemas de hardware. Esto se debió a que el amigo que se ocupa de ella tuvo que viajar al interior del país por motivos de trabajo (y ya sabemos lo celosos que son los técnicos con la máquina que reparan y lo mal que se ponen cuando otra persona mete mano en su territorio), por último, hubo que esperar la reposición de la mother que funcionaba mal (esta vez por defecto de fábrica).
3.-Si existe la posibilidad de que varias cosas vayan mal, la que cause más perjuicios será la única que vaya mal.
Este corolario se cumplió de manera irrefutable. La mother dijo basta y arrastró en su caída a la micro-procesadora y la memoria. ¡Socorro!
Así es, amigos y seguidores, que estoy de vuelta, después de un año complicado a nivel cibernético, esperando que todo se desarrolle sin inconvenientes a partir de ahora.
¡Pero no…! Me había olvidado que, cuando volvió mi niña cibernética a casa, me advirtieron que el disco duro estaba viejito y puede ser que quiera jubilarse en cualquier momento.
¡Ay! Qué complicado que es navegar por el mundo cibernético cuando los Hados están en nuestra contra.  ¿Tendré que llamar a un exorcista, hacer algún gualicho, colgar una ristra de ajo encima de la computadora o buscar dos estampitas: una de San Edwin de Chucuito que parece que es el patrono de los técnico de computadoras y otra de San Isidoro de Sevilla, Patrono de Internet y de los Internautas.
En fin, después de esta larga parrafada con la que espero se hayan aclarado los motivos de mis reiteradas ausencias, me voy a visitarlos.

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo

Buenos Aires, 12 de noviembre de 2010

sábado, 9 de octubre de 2010

de Mujeres...Ana I - Mañana lloraré...

Con "Mañana lloraré" comienza una serie de relatos cuyo tema serán  las mujeres.
Mujeres que cruzamos en la calle, en el supermercado o en el subterráneo. Mujeres de las que, a veces, sólo percibimos el rastro de su perfume cuando subimos al ascensor. Mujeres que viven en el departamento de al lado, en el edificio de enfrente, en la casa de la esquina  o en nuestro propio hogar. Mujeres cuyas vidas entrevemos en la letras de un mail, en charlas de chat.

De esas mujeres que pasan por nuestras vidas, dejando una marca imborrable, o quizás apenas un leve roce.

De esas de quienes sabemos muy poco y que  llevan en su historia grandes alegrías o insondables tristezas.
Acerca  de ellas tratarán estos relatos.

ANA I 
Mañana lloraré 


Como todos los días, Ana estaba en el dormitorio frente a la computadora. Ejercía con empeño la tarea de fingir que se estaba comunicando con el mundo. Veía, leía en realidad, lo que decían sus amigos virtuales. Hablaban de trabajo, hijos, nietos y de su vida.
Veía desfilar ante sus ojos la concreción de lo que había deseado desde su más tierna infancia y que no había podido tener, una familia, hijos, nietos. La mesa grande de los domingos, hasta había hecho coincidir el día de su boda con el cumpleaños de su madre para seguir su idea de familia unida.
Todavía recuerda cuando, días antes de su casamiento, guardaba la ropa en valijas para llevarla al nuevo hogar. Estaba con su hermana mayor e iba descartando los vestidos que le parecían muy ajustados pues suponía que el año siguiente estaría embarazada y no podría usarlos. El hombre propone y Dios dispone, dice el refrán y así fue que pasó que Ana nunca tuvo hijos y, peor aún, jamás consumó su matrimonio. Este último hecho fue un secreto que guardó celosamente durante años, usando su salud como excusa.
Es que, cómo iba a decir que su marido sufría de impotencia desde antes de casarse. Que se habían casado porque el psiquiatra y el sexólogo habían dicho que la convivencia facilitaría la relación. Sentía que debía proteger la hombría de su marido imputándose la culpa de la falta de hijos. Durante años dijo que los remedios que tomaba eran nocivos para la concepción y sólo cuando su médico la autorizara ellos podrían pensar en tener hijos. ¿Por qué será que las mujeres sienten la necesidad de proteger a sus hombres? Quizá porque piensan que la inseguridad afecta aún más la potencia de su compañero.

Ella decía que su novio era un buen hombre, una muy buena persona y que merecía ser feliz. Y ella sería la encargada de esa misión. ¡Cómo se equivocó!

Hoy, a la distancia, se da cuenta que ambos se equivocaron. Él fue el primero cuando, aprovechando una apuesta, la invitó a tomar un café. Eran compañeros de oficina y se veían a diario, Ana no estaba muy segura de si debía aceptar la invitación, pero finalmente la aceptó.

Carlos no respondía en lo más mínimo a la imagen que ella tenía de quien esperaba por compañero. Menos le gustó cuando, al despedirse el le dio un ligero beso en la boca, pero proyectó su vientre hacia delante hasta rozar el suyo. No fue un roce prolongado pero le pareció fuera de lugar.

Cuando entró a su casa ya estaba arrepentida de haber aceptado la invitación. Pensaba en cómo debía comportase al día siguiente, cuando se encontraran en el trabajo. No sabía lo que tenía que hacer. Ana tenía muy poca experiencia en relaciones sentimentales pues, aunque era bonita, no había tenido muchos pretendientes en su adolescencia y juventud. Todas sus amigas se habían casado y ella era la única soltera. Nadie decía nada sobre esta situación, pero ella sentía que era inferior. Toda su vida se había sentido fea, poco atractiva y era muy insegura. Lo ocultaba bajo una falsa seguridad y cierto esnobismo. Para los que la rodeaban era la rara, la intelectual, la… En realidad nunca estuvo segura de lo que pensaban de ella. Sus amigas nunca le habían presentado un muchacho y eran muy pocos los que habían hecho un pequeño acto de galanteo.

Ana no entendía por qué. Aún ahora no lo entiende. Por eso dudaba ante el avance de Carlos. Era el primer hombre que parecía realmente interesado en ella y tenía miedo de equivocarse si lo rechazaba.

Al día siguiente, Carlos la siguió tratando con deferencia y ella empezó a sentirse mal pues los demás empleados, que eran compañeros de Carlos desde hacía más de diez años, empezaron con las sonrisas de complicidad y frases de simpatía hacia la incipiente relación. Empezó a sentirse atrapada. No sabía como dar término a lo que recién empezaba sin dejar en una situación incómoda al hombre.

Siguieron saliendo y poco a poco ella empezó a quererlo. Se había sentido muy sola toda su vida, fuera de lugar siendo el número impar en todas las reuniones. Ahora había un hombre junto a ella. Alguien con quien caminar del brazo por la calle, entrar a un restaurante o un cine. Alguien que la quería. Y ella había necesitado desesperadamente sentirse querida, sentirse reafirmada en la mirada del otro. Dejar de ser la pobre chica que no consigue un novio para ser Ana y Carlos, la pareja…

Mejor no sigo recordando –murmuró-, ya debe estar hirviendo el agua de la pava. Suspirando cerró Outlook, apagó la computadora y se dirigió a la cocina. La angustia le cerraba el pecho y pugnaba por convertirse en un ronco sollozo. Trató de alzar un muro entre sus recuerdos y la realidad.

Mañana lloraré – dijo, recordando aquella película de Susan Hayward sobre la vida de la cantante Lilian Roth, que tanto la había impactado en su infancia.

Esa frase era su mantra. Recordaba a la pequeña niña, llevada a la fuerza al escenario por su madre mientras le decía: Mañana llorarás, ahora tenés que cantar. Recordaba a la niña hecha mujer, agostada por el dolor y las desilusiones. A la mujer alcoholizada diciendo: “Mañana lloraré”, antes de entrar al escenario. Por eso, mientras se preparaba un café, repetía una y otra vez, con una forzada sonrisa en los labios temblorosos: Mañana lloraré… Mañana lloraré…

Mañana... ¿Será otro día?

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo

Buenos Aires, 9 de octubre de 2010
Derechos Reservados

Película basada en la autobiografia de la actriz y cantante Lillian Roth (Susan Hayward, nominada al Oscar), narra su ascenso al estrellato de Hollywood en su adolescencia y su rápido descenso a los infiernos del alcoholismo tras no poder superar la muerte del que iba a ser su marido. (FILMAFFINITY)

lunes, 30 de agosto de 2010

A mis amigos y seguidores

A mis amigos y seguidores

Les informo no he podido publicar pues me encuentro sin pc desde el 13 de agosto.
Saludo a todos y espero estar con ustedes a la brevedad.
Rorry, la Charo

jueves, 5 de agosto de 2010

Abrir una puerta para dar la bienvenida.






Señoras y señores





Continúo con el ciclo de conferencias sobre el tema "Abrir una puerta”.

Ya habíamos hablado, en nuestra primera conferencia "De cómo abrir una puerta", de las puertas y la causa de su existencia. También hablamos del proceso previo de ubicación en el espacio necesario para abrirlas..

Hoy, nos vamos a referir al tema "Abrir una puerta para dar la bienvenida”.

Generalmente invitamos a nuestra casa a familiares, amigos (o a quienes que consideramos amigos hasta que un evento fortuito nos demuestre que no lo eran o, que dejaron de serlo). También a aquellos con quienes mantenemos un desencuentro o una negociación de índole comercial.

Damos la bienvenida a quienes hemos invitado por el placer de estar con ellos, pero también existe la posibilidad de que debamos abrir las puertas de nuestra casa para tratar un asunto de negocios y para recibir a una visita inoportuna o sea alguien que llega sin ser llamado.

En el primer caso, es seguro que hemos pasado el día acondicionando nuestro hogar para recibir al invitado, y estamos esperando su llegada con ansias. Cuando llegue el invitado, antes de abrir la puerta, daremos un vistazo a nuestro derredor para comprobar si todo está en orden. ¿Los muebles brillan, un perfume a limpio predomina en el ambiente, mezclado con los deliciosos aromas que llegan de la cocina? Perfecto, el escenario para recibir al invitado está listo y dispuesto para el momento agradable que esperamos compartir con los recién llegados.. Entonces si, y despues de acomodar nuestra ropa y nuestro peinado... Bajamos la palanca del picaporte, atraemos la puerta hacia nosotros y abriéndola de par en par, recibimos a nuestros invitados con una amplia sonrisa.

En el segundo caso, no siempre daremos la bienvenida a alguien que nos es grato. Muchas veces, por razones de negocios, debemos recibir a personas de quienes desconfiamos o peor aún, con quienes tenemos un problema que resolver. En este caso procuraremos que nuestro hogar, igual que en el caso anterior, luzca prolijo y arreglado. Sin embargo, puede pasar que por descuido, haya quedado en el camino del visitante algún objeto con el que pueda tropezar y provocarle una caída. Si nos interesa sobremanera terminar la entrevista con éxito, deberemos revisar cuidadosamente con la mirada el lugar antes de abrir la puerta para evitar esos momentos de incomodidad.

Es interesante hacer notar que mientras que en el primer caso el sonido del timbre genera en nosotros el pensamiento: ¡Por fin! y que la pregunta que haremos al abrir la puerta será: ¿Qué pasó? ¿Por qué demoraron tanto?, en este segundo caso el timbre generará en nosotros una especie de bufido de resignación y ansiedad unidos a las palabras “ya llegaron” y el ceremonioso “Bienvenidos, pasen por favor” mientras los hacemos entrar.

No olvidemos que, antes de girar el picaporte para abrir la puerta, debemos contraer ligeramente los músculos risorios a fin de recibir a los invitados con una sonrisa. No es necesario que sea una sonrisa plena, basta con que apenas se vean los incisivos superiores e inferiores. Es importante además que la sonrisa parezca espontánea pues, de no ser así, puede convertirse en una mueca lo que generará en el recién llegado una sensación de incomodidad que puede perturbar el normal desarrollo de la reunión, al no sentirse bienvenido y el fracaso de la negociación para la que ha sido invitado.

A fin de evitar este inconveniente se considera positivo el practicar esta sonrisa de bienvenida, repetidas veces ante un espejo hasta lograr el gesto espontáneo que se desea.

El último caso, y el más complicado es el de abrir la puerta y dar la bienvenida al visitante inoportuno. En este caso se producirá una sensación de angustia, molestia y desasosiego. Recorremos con la mirada el ambiente y notamos el desorden en que se halla. Las flores secas en el florero, un suéter tirado sobre el sofá, un cuadro torcido y los juguetes de los niños amontonados en un rincón. Al mirarnos en el espejo vemos nuestro pelo atado en un nudo desprolijo y el equipo de gimnasia que usamos para estar en casa. No hay tiempo de nada y es muy difícil esbozar una sonrisa. Pensando -¿qué demonios viene a hacer a esta hora?, abrimos la puerta mientras esbozamos una sonrisa que más que mueca es una amenaza y decimos: -¿Qué haces por aquí? ¡No te esperaba! con la íntima esperanza de que se dé cuenta de que molesta y se vaya pronto.

De todas formas y para todos los casos, recomiendo abrir la puerta con una sonrisa espontánea y una actitud abierta a nuevas experiencias pues nunca sabemos que sorpresa nos puede traer el visitante, ya sea esperado, que venga por un asunto de negocios o haya llegado de sorpresa.

Hago constar que no me detengo a hablar del tema de “cómo dar la bienvenida a un amor u amante”, pues considero que este es un tema personalísimo, que debe ser manejado por cada uno de acuerdo a lo que crea más oportuno.

Estimados concurrentes, quedo a disposición de ustedes para evacuar cualquier duday también me declaro abierta a cualquier sugerencia sobre un tema a tratar en la próxima conferencia.

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo

Buenos Aires, 5 de agosto de 2010
Derechos Reservados

lunes, 19 de julio de 2010

Desencuentro


DESENCUENTRO

(Microcuento)





Cuando se conocieron él le hablo de tener una historia.
Pero ninguno sabía lo que el otro entendía por historia.


Y mientras él esperaba una sucesión de apasionados encuentros entre penumbras y sábanas revueltas, ella imaginaba un final al estilo de las películas de Hollywood en que ambos, tomados de la mano, caminan por la playa con un fondo de nubes doradas que presagian un futuro compartido.


Como es de suponer, esta historia no tuvo un final feliz
 
María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo 
 
Buenos Aires, julio de 2010
Derechos Reservados 

jueves, 1 de julio de 2010

Solución del Juego Literario

Amigos:
Lamentablemente nadie pudo descubrir cuál era la característica que diferenciaba el texto "Y se murió el Potro"




Esta esta la solucion








Para que puedan comprobarlo, les pego el link de la entrada "Y se murió el Potro" http://derorrylacharo.blogspot.com/2010/06/y-se-murio-el-potro.html



Gracias a todos los que demostraron interés en el juego.


En el blog "Regalos que vienen, regalos que van", http://regalosquevienenyvan.blogspot.com/, hay un recuerdo para aquellos amigos que participaron brindando las posibles soluciones
Rorry, la Charo

jueves, 24 de junio de 2010

Te invito a jugar conmigo

ACLARACION

El tema de la entrada es un recurso para que juguemos,

pero no es el juego en sí.

- o -

TE INVITO A JUGAR CONMIGO

Para ello tenés que leer la entrada llamada "Y se murió El Potro" , que se encuentra antes de esta invitación..

Este relato tiene una caracterísca que lo hace diferente y es la que deberás descubrir.
Si lo haces, envía un mail con la respuesta a
rorrybbb@yahoo.com.ar, con el asunto: Respuesta (ésto lo hago para que los que lleguen últimos no se copien de quien encuentre la respuesta)
El miércoles 30 de junio, daré a conocer la lista de quienes participarony dejaré en mi blog un regalo para todos los participantes y un premio para los ganadores.

Espero que te resulte interesante la propuesta y participes.

Rorry, la Charo

Y se murió El Potro

Este post fué objeto de un Juego Literario declarado desierto.
Para quienes sientan curiosidad les doy la solución
Está escrito sin usar la letra "A"

(Imagen de la web)
En el 10º aniversario de la muerte del cantante
Rodrigo Bueno, El Potro

Noche de invierno. El frío se siente en los huesos. Todos duermen menos Pedro. En el oscuro dormitorio sólo se oye el monótono sonsonete del locutor de F.M.


De repente el tono quedo se convierte en un histérico chillido. No entiende... ¿Escuchó bien? No lo puede creer. ¡Pero es cierto! Lo dicen de nuevo: Con dolor reitero que el coche chocó y luego del vuelco el cuerpo el conocido intérprete quedó en el suelo. El forense confirmó que su muerte ocurrió en ese momento.


Sorprendido por el hecho, Pedro gritó - ¡Despierten! ¡ Despierten!! ¡Se murió! Cholo, Pepe, Loco,se murió! ...


-¡Quién murió?- preguntó Pepe, medio dormido, y el Loco gritó desde el fondo del dormitorio – ¡Quiero dormir, déjense de joder!


-El Potro, Loco... ¡Se nos murió el Potro! Se nos fue de un toque, como vivió. Fue un choque, lo encerró un coche, metió los frenos, pero perdió el control. Dio muchos tumbos y el Potro, sin cinturón, voló y se estrelló en el suelo. Quedó tendido como un muñeco. ¡Pobre tipo!


El Pepe lo interrumpió... ¡Es un cuento! Creo que el porro te dio delirio. Oís un zumbido y crees que es un trueno.
¿Que se murió el Potro? ¡No, si Rodrigo es eterno, el Potro es del Pueblo y no se puede morir!... Su voz se convirtió en un murmullo, y luego se quebró en sollozos.


No es un sueño- ¡Es el Potro!- dijo el Cholo, después de encender el televisor- ¡ Miren, es el!


Y vieron en el receptor, rojo sobre negro, "El Potro se murió","Rodrigo murió", "Se nos fué el Potro".


Pedro miró los letreros, por momentos incomprensibles y pensó en el pequeño hijo del ídolo, ese pobre chiquito,solo e indefenso en un mundo lleno de intereses espurios. Rogó por él – Que Dios le dé consuelo y lo guíe en el futuro. ¡Que su círculo íntimo no se destroce por el interés y el dinero!


¡Se hizo místico el Diego, porque se murió el Rodrigo!- Dijo el Loco y todos rieron. El Cholo buscó el tintillo y lo puso en el medio del grupo. Sirvió y todos bebieron en su honor.


En su honor, dijeron. Pero yo sé que lo hicieron porque corriendo el vino, el miedo se esconde.
Y el miedo se fué. Sólo quedó en ellos el recuerdo de los buenos momentos vividos con quien fué su idolo.

Rorry, la Charo
María del Rosario Márquez Bello
Buenos Aires, 24 de junio de 2010

Derechos Reservados




Rodrigo Alejandro Bueno

(Córdoba, 24 de mayo de 1973 – Hudson, Berazategui, 24 de junio de 2000), conocido bajo el nombre artístico de Rodrigo, fue un cantante argentino de cuarteto.
La primera aparición de Bueno en público fue a los dos años de edad, en un programa de televisión denominado Fiesta del Cuarteto, siendo Juan Carlos "La Mona" Jiménez quien lo subió al escenario.
A los once años de edad tuvo su debut en el medio artístico 96, con el sello discográfico Magenta.
Su despegue definitivo fue con el trabajo Cuarteteando, grabado en Córdoba. Canciones como «Y voló, voló» y «Ocho Cuarenta» fueron los más exitosos del disco.
En 1999 lanzó una recopilación con sus temas más conocidos bajo el título de «El Potro» y ese mismo año también lanzó al mercado otro trabajo grabado en vivo en S'Combro Bailable de José C. Paz, cuyo álbum fue denominado: Cuarteto Característico o también llamado A 2000, que incluía temas como «Yerba Mala», «Soy Cordobés», y «Un largo camino al cielo».
En 2000 llenó trece ocasiones el estadio cubierto Luna Park, lo que se convirtió en un récord. Ese mismo año se encontró con Diego Armando Maradona, uno de sus ídolos, cumpliéndose así uno de sus sueños y dedicándole un tema que fue éxito la cual fue titulada: La mano de Dios.
Muerte
El 23 de junio de 2000, Rodrigo Bueno fue a la grabación del programa de televisión La Biblia y el calefón, y luego se fue a cenar junto con su representante, sus músicos, su pequeño hijo Ramiro y la madre de éste en El Corralón, allí es donde se encuentra con el hijo del fallecido Alberto Olmedo (Fernando) al cual invita a su recital en City Bell en la disco Escándalo. El recital en Escándalo fue grabado por el programa de televisión «El Rayo», siendo el notero Nacho Goano, quien había participado también en la grabación del programa La biblia y el calefón.[2] Luego del recital, Rodrigo se dirigía para Buenos Aires por la ruta Bs As- La Plata. Rodrigo se encontraba conduciendo su Ford Explorer, en la cual viajaban su pequeño hijo Ramiro, la madre de éste y Fernando Olmedo cuando se produce un accidente poco claro en el cual se vio involucrado un individuo, Alfredo Pesquera, (quien luego iría a juicio y sería declarado inocente por la justicia). Como producto de este hecho, Rodrigo Bueno perdió la vida, así como también lo hizo Fernando Olmedo.[3] Los demás acompañantes sobrevivieron. El accidente ocurrió en la madrugada del 24 de junio en Berazategui. Curiosamente, Bueno murió el mismo día que el cantante de Tango Carlos Gardel.


En el lugar de su muerte se realizó un santuario.

lunes, 14 de junio de 2010

De levante - Historias de Bar





Domingo, once de la mañana.
Hora del vermouth en el bar de don Manuel. En el fondo, cerca del sector familias un grupo de jubilados hablando de política. En la mesa junto a la vidriera estaban Cacho y el flaco García. Hablaban, discutían en realidad, como siempre de futbol y, en especial de los equipos de la reserva. Esos que los sábados disputan el ascenso a Primera división. En ese momento llega Mario, se sienta y con aire canchero, dice:
-Che gallego, serví otra ronda. Tenemos que festejar.
-Ufa, Mario, no empecés –dijo el flaco - por una vez que Arsenales mete 3 goles no tenés que hacer tanto aspaviento.
- ¡Qué Arsenales ni Arsenales ! –contestó Mario- Goles, pero goles de verdad son los que anoté anoche. Pensar que el sábado venía mal, Me había fallado la mina con la que iba a encontrarme y no me quedó otra que salir de levante. Me empilché, metí unas gomas en los bolsillos y fui a ver que pasaba en el bailongo de la avenida. No llegué a entrar porque en la confitera de al lado había un minerío infernal. Le eché el ojo a una petisa muy bien armada, con una boca de aquellas. Te estremecías tan sólo de pensar lo que esa boca podría hacer.
Me senté frente de ella y empecé la rutina de galán melancólico. Facha de desgraciado y miraditas lánguidas cada vez que daba una pitada al pucho. Pero era una mina piola, no se iba a regalar. Mirada de acá, sonrisita para allá, lengüita por los labios. ¡La guacha sabía lo que hacía! Ya me tenía volado y ni siquiera habíamos cambiado una palabra. Sonrió y, como sin darse cuenta, dejó caer el bolso que tenía en la falda.
-Ésta es la mía –pensé- y se lo alcancé.
-Gracias, me dijo y así empezó la cosa.
–Venis seguido? –le pregunté
-Esta la segunda vez, ¿y vos?¿Sos habitué?
- Vine a probar. ¿Ay buen ambiente? –le dije--, y me contestó con mirada pícara... Depende para qué...
Me senté a su lado y la convidé con uno de esos tragos que aflojan las piernas y la voluntad. La chamuyé suavecito: Que los ojos, que la boca, que era una diosa total. Le rozaba la pierna como al descuido. Trabajito fino, que le dicen.
-¡Che gallego!…¿Qué hacés?...¿te quedaste dormido? ¿y los platitos de la picada para cuándo?
-¡Que importa la picada ahora, Mario! seguí contando -dijo el flaco mientras se inclinaba, ansioso, apoyando los codos en la mesa.
- Cómo les decía, pobre mina, con el chamuyo y el alcohol ya estaba regalada. La agarré de las manitos y después de un rato de verso, bajó todas las defensas. Una hora después me la llevé al hotel ronroneando como una gata.
Ahí cambió el panorama. Se volvió loca, jugó a la loba y me demostró que no me había equivocado al pensar que se sabía todos los trucos y era capaz de inventar otros sobre la marcha. Era insaciable.
Quedamos para terapia. Antes de abandonar el telo hablamos de encontrarnos en el mismo boliche el sábado próximo, aunque no sé si voy a ir.
-¡Genio! – gritaron los amigotes- ¿Cómo no vas a ir? Si no vas dame el teléfono que la quiero conocer.
No se lo pregunté, así no le daba el mio. La verdad que la mina no daba para otro encuentro –dijo el hombre, mientras canchero se reclinaba en la silla-.
Fue en ese momento cuando sintio, en el bolsillo trasero del pantalón, la presencia acusadora del papel doblado en cuatro y pensó –Mejor es este bolazo y no decirles que cuando me desperté de la curda, ella no estaba.
Que se había dio junto con mi billetera dejando en el cenicero, junto a los forros intactos, una nota que decía:
-Gracias por todo, querido. Sin giles como vos, no sé de que viviría.

Esta historia de boliche, seguro que es repetida,
pero es algo bien seguro que nadie la admitirá.
Rorry, la Charo
María del Rosario Márquez Bello
Buenos Aires, 15 junio de 2010
Derechos Reservados

martes, 13 de abril de 2010

De cómo abrir una puerta

Un pequeño divertimento

Aquí estoy, de nuevo en el blog, y quiero presentarles un texto inspirado en la lectura del libro "de Cronopios y de Famas" de Julio Cortázar. Sin pretender alcanzar el maravilloso estilo de este escritor se me ocurrió escribir algo levemente risueño sobre un tema prosaico que forma parte de nuestras vidas...

" De cómo abrir una puerta"



Señoras y señores damos comienzo, de esta manera a la primera de las conferencias sobre el tema: “De cómo abrir una puerta”

Es un hecho universalmente conocido que los seres humanos son extremadamente sensibles a los cambios climáticos. Aún cuando esta sensibilidad varía de acuerdo a la ubicación geográfica en que habitan, todos y cada uno de los grupos humanos construyen esructuras para protegerse del clima y, en muchos casos, del ataque de animales salvajes o de sus propios congéneres.
Estas estructuras, a las que llaman casa u hogar, pueden ser de pieles, ramas, madera y, en las culturas más avanzadas, de manpostería... Como hecho curioso, señalo a los pueblos inu y esquimal que usan bloques de hielo con este fin.
Para asegurar el ingreso de luz y la buena ventilación, estos ambitos tienen huecos de variadas formas (cuadradas, redondas, triangulares, etc) cubiertas por placas de diversos materiales a las que llaman ventanas.
Las ventanas pueden desplazarse a voluntad, abriendo y cerrado dichas aberturas, de acuerdo a las necesidades de los individuos que habitan en dichas estructuras.
Para facilitar el acceso a los mencionados hogares, que se hallan divididos en ambitos separados, se dejan áreas abiertas en las paredes con su correspondiente placas de apertura y cierre a las que se denomina “Puertas”. La puerta ha sido pensada con el fin de brindar protección, privacidad, abrigo, aislamiento o desamparo. Estas funciones se cumplen en relación a qué lado de la puerta se halla el sujeto.
El elemento puerta nos permite realizar variadas acciones tales como abrirla, cerrarla, recostarnos en ella, golpearla y otras más. Cada una de de ellas tiene diversas variantes de acuerdo a la actitud y momento en que se realiza.
En esta oportunidad nos referiremos al tema: abrir una puerta para salir de una habitación...
Para ello, y antes que nada, debemos estar concientes de nuestra ubicación. Una vez que estamos seguros de que nuestros pies se apoyan, tal como debe ser, en el piso y de que sobre nuestra cabeza se halla el cielorraso ; deberemos realizar una inspección ocular en nuestro derredor a fin de ubicar una puerta. Si, luego de dicha inspección, nos encontramos con el hecho de que hay varias, tendremos que determinar cuál de ellas es la que nos permitirá abandonar la habitación.
Una vez hecha la elección, nos fijaremos si el camino está libre de obstáculos o, como pasa en la mayoría de las habitaciones, hay mesas, sillas, sillones u otros objetos que lo cruzan. De ser así, habrá que arbitrar las acciones a realizar a fin de ir sorteando todo aquello que se interponga en nuestra ruta hacia la puerta.
Puede que, mientras nos acercamos a ella nos asalte la duda... ¿Es conveniente abrirla, ó es mejor dejarla cerrada?¿Qué nos espera detrás de ella?...¿Risas, gritos o un silencio inquietante? La luz del sol o la oscura noche sin luna. Calor o frío.¿Estaremos mejor del otro lado de la puerta que en éste? Si, despues de meditar sobre las dudas que se nos presentaron, todavía nos sentimos con ganas abrirla, deberemos abocarnos a estudiar las características especificas de la susodicha puerta.... Tiene manija, picaporte o pomo. Si es un pomo o perilla fijarnos en si tiene botón en el centro para destrabarlo o es fijo. De ser fijo, deberemos contar además con una llave para destrabarlo.
Estos elementos...¿son de bronce, hierro, acero o una combinación de estos materiales? ¿Están limpios y brillantes o se encuentran corroidos por el óxido? Todas estas características nos permitirán saber más acerca de los habitantes de la casa.
Una vez frente a ella, podremos apreciar aún más su estado.Si es de madera...¿está pulida? ¿se destacan sus vetas? ¿Está lustrada, encerada o cubierta con barniz o pintura mate? Y, si es de metal, está bien pintada o ya se nota, sobre su superficie, la acción del tiempo?..Si observamos la presencia de óxido ello nos indicará mucho acerca del desapego e indiferencia que siente por ella el encargado de su mantenimiento.
Por fin....extendemos nuestra mano hacia la báscula del picaporte y ejercemos presión sobre él para inclinarlo y abrir el objeto de nuestras elucubraciones.....Ante nosotros se encuentra lo esperado y cotidiano o, por el contrario, lo desconocido e inesperado..... pero eso es otra historia...Y no es tema de nuestro seminario.
Para tranquilidad de los presentes, quiero hacer notar que, con el tiempo y la repetición, esta serie de acciones que nuestra mente lleva a cabo para abrir una puerta, se automatiza y es realizada sin que tengamos conciencia de ello. Es decir, que se convierte en un acto reflejo y no nos percatamos de su complejidad.
Si ésta conferencia ha sido de su interés, les invito concurrir el próximo sábado en que se tratará el tema: “ Abrir una puerta para dar la bienvenida.....

María del Rosario Márquez Bello

Rorry, la Charo

Buenos Aires, 13 de abril de 2010

Derechos reservados

martes, 16 de marzo de 2010

Motivo de mi ausencia

Queridos amigos

Les informo que desde el día 7 de marzo de 2010 no cuento con mi computadora.
Creía tener solucionado el problema en el día de ayer pero me encuentro con la novedad de que el tema es más complicado de lo esperado no teniendo hasta el día de hoy fecha de entrega.

Les dejo mis saludos y espero estar con ustedes a la brevedad.

Rorry, la Charo

jueves, 4 de marzo de 2010

Mister Wilbur Smith - UN HOMBRE DE PRO


Halle esta imagen y dejé surgir los pensamientos que ella me sugería.

¿Quién es este hombre?¿Cómo es?¿Cuáles son sus principios? ¿Qué valores morales puede vulnerar para lograr su objetivo?

Parece un caballero inglés de fines del siglo XIX. Severo, rígido, ambicioso, dominante y solitario.
Creo que se rige por ideología de la era industrial: "Si yo lo logré, todos pueden hacerlo. No progresa quien se deja dominar por la pereza. No tengo por qué ayudar a quien se deja estar."

Dispuesto a hacer lo necesario para llegar a su meta, ya sea explotar a sus empleados, estafar a sus socios, malversar fondos.
Todo vale para su ambición.

Fue por ello que se me ocurrió escribir este pequeño relato:

Mister Wilbur Smith
“Un hombre de Pro…”

Todos le dicen hipócrita y algunos quieren matarlo.
Es un anciano caballero de aspecto rígido, carácter autoritario, retraído y de pocos amigos. Cuando no se encuentra en su casa, de altos ventanales velados por espesas cortinas, está en la fábrica supervisando obsesivamente el progreso de sus negocios. En los momentos de ocio completa su colección de estampillas o juega solitarios mientras saborea su whisky preferido. Si opta por el aire libre, combina con algunos conocidos una partida de caza.
En fin, manifiesta en su conducta la mayoría de las pautas establecidas para alguien de su nivel social, aunque en su interior bullen complejos e inseguridades que oculta tras su aparente frialdad. También le perturba el recuerdo de sus actos. Pero desprecia la culpa y justifica todo en nombre de su ambición y deseos de poder. Es un hombre poderoso y se complace con ello. Sin embargo…
Cada tercer martes de mes tiene un compromiso ineludible. Luego de una frugal cena espera, impecablemente vestido, el carruaje que le lleve hacia la mansión donde ha sido convocado. Tras un corto recurrido llegan a destino. Una mansión rodeada de jardines, se abre el portón y el carruaje lo deja frente a la puerta principal.
Luego de indicarle al cochero que espere para llevarlo de regreso a su casa, asciende los cinco escalones que lo llevan hacia la entrada y hace sonar el llamador. Cuando el circunspecto mayordomo abre la puerta lo sigue, en silencio, hasta la habitación que le asignaron. Sobre una banqueta está el atuendo que usa en esas ocasiones. Se cambia. La áspera bayeta lastima su cuerpo desnudo mientras se dirige a la puerta ubicada en la pared opuesta.
Despojado de su altivez, tímidamente, golpea en ella con sus nudillos.
Tras largos minutos de espera, le ordenan pasar. Al abrir la puerta se encuentra en un salón colmado de pupitres, un escritorio y un pizarrón. Con una sonrisa trémula que pretende disimular la tensa expresión de su rostro camina hacia el escritorio.
Avanza lentamente mientras lo espera una imponente figura que golpea su mano izquierda una y otra vez, con una larga vara de bambú.
Todos los llaman hipócrita. Algunos quieren matarlo. Y él sabe que tienen razón.
María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo
Buenos Aires, 4 de marzo de 2010
Derechos Reservados.


sábado, 13 de febrero de 2010

La otra y yo



Ella, la otra, calcula cada paso que dá como un general que planea sus batallas. Yo, en cambio, disfruto de las cúpulas de Buenos Aires, los crepúsculos y un café junto a mis amigos.

Ella titubea y se lleva las cosas por delante, en su afán por continuar participando en la vida que llevan los demás. Eso me abochorna a MI, que en la soledad, soy eficaz, rápida y segura. Por eso trato de convencerla de que sea fiel a sí misma y no trate de ser la persona que los demás esperan que sea.

Ella disfruta del barniz de cultura e intelectualidad que tenía antes del cambio y Yo...lucho, con denuedo, para recuperar ese prestigio. Es dura la tarea pues que mis ojos enfermos son un obstáculo difícil de franquear.

Compartimos el gusto por la música de cámara, Bach, la New Age y leímos (por no decir devoramos) libros de antropología, novelas, ciencia-ficción y autoayuda. Aunque a la otra no le gusta mucho admitir esto último, debo reconocer que nos ayudaron mucho en los malos momentos.
Su existencia impide que muchos me conozcan. Esto, a veces, es cómodo pues no quiero vivir dando explicaciones por ser como soy. Algunos me descubren, no se dejan engañar por la otra, y les gustó así. Vivo en la espera de que eso suceda, que Ella no desvíe la atención o genere rechazo.

Pero no reniego de Ella pues ambas somos una y Yo soy las dos; y cada una, si quiere, puede hacer el trabajo de las dos.
Nos pasaron las mismas cosas, es cierto, pero mientras que a Ella la obligaron a reducir sus expectativas y renunciar a ciertas metas, a Mí me abrieron nuevos caminos, otra forma de vivir y ver la realidad.

Por eso, la otra y yo somos inseparables y complementarias. La luz y las sombras, el día y la noche, la saciedad y el hambre, el odio y el amor, el aleph y el nadir, el todo y la nada... La vida en suma.-

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo
Derechos Reservados

sábado, 6 de febrero de 2010

SOSPECHA




Despertó angustiado. No podía respirar. Tenía el abdomen contraído y los músculos del pecho tensos, en un vano intento por llevar un poco de aire a sus pulmones.

- ¡Calma!... ¡Calma! – Se ordenaba silenciosamente, mientras procuraba seguir las instrucciones dadas por el médico – Estiró la mano, en busca del vaso con agua que todas las noches estaba en la mesa de luz.

-Un sorbo, un sorbo a la vez, seguí las indicaciones- se decía – ya va a pasar Lentamente, no importa que te cueste respirar. Un sorbo a la vez, como dijo el doctor.- Poco a poco, el agua disolvió los restos de jugo gástrico que aún quedaban en su garganta. La traquea volvió a abrirse y una bocanada de aire inundó sus pulmones.

Mientras tanto Diana, fue a buscar un toallón y otro pijama, para reemplazar
el que tenía puesto, mojado por el agua que Andrés había derramado en su desesperación. También trajo una jarra con agua fresca. Luego, se acurrucó a su lado. El aspecto compungido de su rostro, discordaba con la expresión de los ojos que, por momentos, parecían titilar de excitación. Sus ojos lo desconcertaban. Cambiaban de color según las situaciones, sombríos por instantes y brillantes hasta el exceso en otros.

Se recostó en las almohadas rememorando, mientras esperaba el sueño, el día en que se conocieron...

Fue un atardecer en los jardines que rodeaban al edificio piramidal de Tetradestino, la empresa que había concretado su encuentro. El sol de otoño reverberaba en sus muros acristalados. Diana era como la había soñado. hermosa, sensual, tierna, contenedora, dócil y dispuesta a conciliar con él. Juntos, sintiendo que eran uno para el otro, se alejaron de Tetra-destino hacia un futuro lleno de expectativas

Y estas se cumplieron. Su piel despertaba en Andrés sensaciones desconocidas. A diferencia de otras mujeres, escuchaba con interés las tediosas explicaciones que Jaime le daba sobre su colección de escarabajos y lo acompañaba, en las largas caminatas que hacía por el bosque buscando nuevos especímenes. A veces lo sorprendía al descubrir ejemplares que a él se le habían pasado por alto. Como era una experta cocinera, le sorprendía cada día con una sorpresa. A veces era un delicado plato de la cocina francesa. Otras, raros manjares de países remotos. Preparaba comida mejicana, hindú, siria, árabe y de lugares que él no había oído hablar. Los condimentaba con las exóticas especies de su lugar de origen, por lo que éstos conservaban el sabor, fuego y misteriosa atracción de su lugar de origen. Vivían un eterno y maravilloso romance, pero...

Por momentos, los ojos de su esposa se volvían opacos ante su mirada, como velando un secreto y otras veces le parecía advertir una cierta expresión culpable en su rostro, cuando no sabía que la miraba. ¡Y esa acidez!... Esa acidez que era la causante los terrores de cada noche…

-Hiperclorhidria y hernia de diafragma – dijo el gastroenterólogo- Esta es la causa de los reflujos de jugo gástrico en su esófago y de su asfixia nocturna. Debe abstenerse de comer en exceso, comidas muy condimentadas o picantes, café, alcohol, limón, tomate, ya que el jugo gástrico puede provocar un espasmo en su laringe, de tal intensidad, que la cerrará impidiéndole respirar. En especial no tiene que comer nada que tenga vitamina C, pues hemos constatado en nuestros estudios que usted muy sensible a ella.

Aterrado ante esta perspectiva, Juan cumplía la dieta rigurosamente. Además dormía con dos almohadas, para evitar que las regurgitaciones ácidas ocasionaran un accidente que podía llegar a ser fatal. Pese a todo, continuaba sufriendo esos accesos de ahogo, casi muerte. No descansaba de noche, pues el temor le impedía conciliar el sueño y, cuando lograba hacerlo, tenía horribles pesadillas. Soñaba que le acechaban, que una sombra negra se inclinaba sobre él para asfixiarlo. Luchaba con desesperación para liberarse y, cuando lo conseguía era porque lo despertaba la voz de su compañera reconviniéndole por su mal dormir, mientras acomodaba las almohadas que habían caído al suelo.
Y así transcurrió el tiempo hasta el día en que, buscando en la alacena de la cocina un poco de bicarbonato para calmar su acidez, encontró, detrás de los condimentos, una caja con potes en cuyo membrete decía” ácido ascórbico”.

¡Acido ascórbico!... ¡Vitamina C!... El detonante de sus ataques. Entonces comprendió, o creyó comprender, por qué Diana hacía tantas comidas exóticas, con sabores que no podía definir y que tanto lo deleitaban. Y supo, o creyó saber, la causa de que su acidez no desapareciera. Corrió, desesperado, a buscar ese botón que había jurado no oprimir jamás, maldiciéndose por no haber pedido que bloquearan en ella la capacidad de matar -en realidad jamás pensó que estuviera capacitada para hacerlo-. ¿Acaso entre todos los papeles que había firmado, el día que fue a buscarla, había alguno en que le dejaba todos sus bienes a ella, y por ende a sus creadores, Tetra-destino?

De todas maneras, sabía lo que tenía que hacer. Se detuvo en la puerta del dormitorio para calmarse. Entro... Diana estaba recostada en la cama esperándolo. Alzó la cabeza y lo miró. Se acercó sonriente, la abrazó y mientras la besaba, introdujo la mano bajo su blusa. Ella murmuró, incitándolo. Andrés continuó acariciándola hasta que encontró lo que buscaba. Entonces oprimió el botón. Diana, su compañera ideal, la que había sido su mujer, quedó laxa, como dormida entre sus brazos. La apartó con disgusto y abandonó la casa. Desde un bar cercano llamó a la empresa para que vinieran a retirarla esa misma noche.

Cuando regresó, no quedaba en la casa el menor rastro de ella. Una semana después lo llamaron de Tetradestino para finalizar los trámites de su devolución. Fue entonces cuando se enteró horrorizado, que el “ácido ascórbico” constituía un elemento esencial para el mantenimiento del delicado organismo bio-cibernético que era, en esencia, su muy querida Diana.

Quiso recuperarla pero fue imposible. Había sido incinerada como todos los bio-acompañantes que se consideraban defectuosos.-

Dos días después fue a consulta con el gastroenterólogo y éste le reconvino por haber continuado fumando pese a sus recomendaciones. Si continuaba con esa costumbre, no podría revertir su problema de hiperclorhidria. Andrés volvió a su casa después de hacer algunas compras. Esa noche, solo como antes, encendió el televisor y cenó opíparamente, culminó el banquete con helado de limón y chocolate, un café y whisky con hielo. Luego de fumar varios cigarrillos se fue a dormir.

No llevó la jarra con agua…

María del Rosario Márquez Bello

Rorry, la Charo

Derechos Reservados

domingo, 31 de enero de 2010

¡Ay señora Monalisa!

(Poesía libre)
Un pequeño divertimento


¡Ay señora!
Mi señora Monalisa..
¿Cuántas veces os pedí
que borrarais la sonrisa,
que el placer y los retozos
en vuestra boca deslizan.


¡Ay Señora Monalisa!
Temo, tiemblo, me estremezco,
cuando veo a su esposo,
acercandose al retrato
y contemplar vuestros ojos?


¿Es que acaso, cual espejo,
quedó en ellos el reflejo,
de vuestro amor y mi gozo?


¡Ay señora Monalisa!
Odio y amo esa sonrisa,
que a todos los que la miran,
de nuestro secreto avisa.


No le hagais caso a Leonardo,
mi señora Monalisa,
y conservad la sonrisa.

Es seguro que ella sea,
por los siglos de los siglos,
comidilla de comadres
y de sabios, discusión.

María del Rosario Márquez Bello

Rorry, la Charo

Buenos Aires, 31 de enero de 2010
Derechos Reservados

domingo, 17 de enero de 2010

E L F U R I N




Hola
Quiero contarte una historia.
La historia de mi amiga Mariana y su furin. ¿Y qué es un furín?, te preguntarás. Según el diccionario es un elemento decorativo originario de Japón que sirve para indicar la llegada del verano y llamar al viento. A mi amiga Mariana, cuando se lo regalaron, también le dijeron que con su sonido atraía y afianzaba la felicidad hogareña.
¿Y cómo había llegado el furin a manos de Mariana?
Te explico:
Todo empezó cuando la mamá de su amiga Graciela volvió de Japón. Graciela y Mariana eran amigas desde los trece años, y, aunque vivían a cien metros una de la otra recién se conocieron cuando cursaban el primer año del bachillerato. Su relación se hizo más íntima ya que, como estaban en la misma división, iban y venían juntas del colegio. Se acostumbraron a estudiar juntas, casi siempre en la casa de Graciela ya que Mariana vivía con sus padres y su hermana en un pequeño departamento de dos ambientes donde no tenían el lugar ni la tranquilidad para estudiar.
A mi amiga, que había pasado toda su vida en un edificio de dos pisos con departamentos de dos y tres ambientes, la casa de Graciela le parecía un palacio.
Tenía dos plantas y había sido construida en los años 20. La puerta de hierro se abría a un corto pasillo con piso y zócalos de mármol. Al final otra puerta, esta vez de roble y vidrios biselados con visillos de crochet tejidos, que permitía el acceso al vestíbulo. el vestíbulo tenía un piso en damero de baldosas blancas y negras y en la pared que lindaba con el jardín un gran vítreas que en los días soleados pintaba de colores el ambiente. Una escalera de madera lustrada llevaba al primer piso donde estaban los dormitorios de los padres y los dos hijos. Debajo de la escalera estaba la cocina (¿por qué serán tan chicas las cocinas de las casas de esa época?- me preguntaba Mariana-) Allí, en esa diminuta cocina, la señora Furiko (así se llamaba la mamá de Graciela) preparaba platos de la cocina japonesa. Fue en esa casa donde probó por primera vez el hoy tan de moda sushi al que la señora llamaba osushi y también el godum una sabrosa sopa de pollo, fideos finos y trozos de una verdura blanca y jugosa a la que llamaban hakusai (creo que ahora la venden en los mercados como “repollo japonés.”
A la izquierda del vestíbulo estaba el living comedor. Era muy grande y con su ambientación cálida y sencilla le recordaba a Mariana las series norteamericanas tan populares en esos años, que mostraban familias felices donde el Papá era quien mandaba y Mamá la que sabía todo, (te estoy hablando de fines de la década del cincuenta). Lo primero que se veía al entrar era un mullido sillón de 3 cuerpos, tapizado en cretona floreada donde se sentaban las amigas para conversar, cuando no estudiaban, durante horas, mientras la madre de Graciela trabajaba en la cocina a la que también se accedía desde el otro extremo del living.
En la gran mesa del comedor desparramaban libros y carpetas y, entremezclados con la “Historia Argentina”, el análisis gramatical de “Platero y yo” y el Teorema de Pitágoras, Graciela y Mariana se contaban sus secretos, esperanzas y tristezas. Ambas se sentían fuera de lugar. Mairana, porque sus padres eran muy estrictos y desde que había entrado en la adolescencia le habían prohibido reunirse con los mismos chicos que habían sido sus compañeros de juego en la infancia. Se sentía muy mal cuando veía a sus amigas y ex-amigos reunidos conversando en la puerta del edificio dónde vivía y tenía que pasar casi sin saludarlos. Graciela porque era demasiado argentina para ser japonesa y demasiado japonesa para ser argentina. No encajaba en ninguna de las dos culturas. Por estos motivos, las chicas tenían pocos amigos y la palabra “novio” era algo muy lejano para ellas en esos momentos.
Mariana tendría diez y seis años cuando la señora Furiko fue a Japón a visitar a su familia. Estuvo fuera más de un mes y regresó cargada de regalos, entre ellos uno para ella. Sorprendida, porque no lo esperaba, Mariana rompió el envoltorio y se encontró con una caja que parecía contener un collar o una pulsera. La abrió y encontró una campanita de hierro que tenía una tira de cartulina con ideogramas enrollada alrededor y un cordón de seda negro para atarla. La señora Furiko le dijo que era un furin, un adorno que en Japón usaban para comprobar la llegada del verano y al que consideraban símbolo de buena suerte, y felicidad. Que debía colgarla en la ventana o en el exterior de su casa y la felicidad reinaría en ella.
Lo recibió con alegría y lo guardó en un lugar especial, reservándolo para el futuro. Ése que ella imaginaba como un soñado final feliz de película romántica: la casita con jardín, hijos y un marido que la acompañara por el resto de la vida.
Pasaron los años. La familia de Mariana se mudó y aunque siguió su amistad con Graciela se fueron distanciando porque sus vidas tomaron rumbos diferentes. Mientras una estudiaba en la Universidad, la otra empezó a trabajar. Graciela se puso de novia y se casó con un hombre encantador. Mariana se casó unos años después, pero no era totalmente feliz. Mientras tanto el furin seguía en su caja esperando aquel destino definitivo donde cumpliría la misión de llamar y afianzar la felicidad.
A mediados de los setenta Mariana y su marido, en un intento por consolidar su matrimonio decidieron mudarse y compraron una casa en un barrio residencial de los suburbios de Buenos Aires. La casa necesitaba algunos arreglos, pero eso no les importaba ya que ambos se habían enamorado del jardín que la rodeaba. La entrada estaba flanqueada por dos araucarias. Rositas rococó, santa ritas, jazmines de azahar y del país trepaban por los muros de la casa, estaba rodeada rosales, tulipaneros, jazmines paraguayos y rosas chinas de cuatro pétalos. Un camino de lajas llevaba hacia el fondo dónde, sobre un círculo de lajas se veía un juego de mesa y sillas de hierro que habían dejado los dueños anteriores. A un costado la típica parrilla de las casas suburbanas y del otro lado, un ciruelo de jardín que, con sus ramas, brindaba sombra a la mesa.
Cuando ella vio el ciruelo se dio cuenta de que, por fin, el furín había encontrado su lugar.
Se mudaron a fines de junio y mientras hacían las refacciones necesarias y terminaban de ubicarse pasaron julio y agosto y llegó septiembre. El ciruelo empezó a cubrirse de flores rosadas y con ellas estaba clamando por el furin. Hasta entonces no lo había colgado. Ella no sabía por qué pero algo la detenía. Siempre dejaba esa tarea de un día para el otro, pero el ciruelo lleno de flores rosadas ya no podía esperar.
Fue así que un día, antes de ir a su trabajo, Mariana el furín del cajón del placard donde lo había guardado, planchó la tira de cartulina que había permanecido más de diez años circundando a la pequeña campana de hierro y fue hasta el ciruelo. Ya había elegido la rama en la que lo iba a colgar. Estaba un poco alta, pero poniéndose en puntas de pie podía alcanzarla. Tomó las puntas de la cinta con ambas manos y rodeo la rama para hacer un nudo. No se sentía muy segura en esa posición y cuando quiso hacer el segundo, una de las cintas se le escapó de la mano, el nudo incompleto se deshizo y el furín se cayó en el piso de lajas. Hubo un ruido seco, totalmente distinto al que Mariana había escuchado las infinitas veces que había golpeado la campana con el pequeño badajo. Con el corazón estrujado se inclinó para alzarlo. Una fina rajadura lo recorría de arriba a abajo. No pudo hablar, ni tan siquiera lloró. Estaba sola pues su marido se había ido, como todos los días a las seis de la mañana y en ese momento se sintió más sola que nunca.
En silencio entró en la casa. No había nada más que decir ni pensar. El cielo, el destino se habían expresado. Su furín, el símbolo de felicidad hogareña se había rajado. Su dulce sonido no llamaría al viento ni a la felicidad. No habría otra oportunidad. Sus sueños, como el furin, se habían roto. Ya no sería feliz. Ya no serían felices.
Y así fue…
El amor, la pasión continuaron diluyéndose y, por ende, los deseados hijos nunca llegaron. Su matrimonio se convirtió en la simple convivencia de dos amigos, dos camaradas que se acompañaban en salud y enfermedad. Dos almas buenas en solitaria compañía, cuyo destino parece ser que fue estar prontos a solucionar los problemas de los demás.
Vivieron muy poco en esa casa. El furín, acompaño a Mariana en varias mudanzas, hasta que un día, no recuerda cuándo, se deshizo de él.

Hace un mes, encontré un furin visitando el blog El charco que rebosa, de Angus Fue entonces que volvió a mi memoria la historia que te acabo de contar.
La historia de un sueño, un amor desgajado al cual una ilusión, una lejana leyenda mantenía en pié y al cual la misma leyenda puso fin.
La historia de un símbolo, pues Mariana con su inteligencia, no dejaba de reconocer lo ilógico de creer en un mito. Pero no pudo dejar de pensar que había recibido un mensaje, una confirmación de aquello que sentía en su interior y temía reconocer: el fracaso de su matrimonio, la muerte de una esperanza.
¿Y sabes qué es lo más triste?
Que por más que busqué en la Web, no pude encontrar una definición de furin que dijera que “atraía y afianzaba la felicidad hogareña” tal como le había dicho la señora Furiko, o sea que Mariana puso sus ilusiones en una mentira, en algo que no era cierto. Hace años que he dejado de verla, pues volvieron a mudarse, esta vez al interior del país. Siguen viviendo su soledad de a dos, creo que ya no podían simular que eran felices y resolvieron alejarse de los conocidos para no mostrar su tristeza.
Bueno, aquí la historia terminó y creo que te habrás dado cuenta de que el sonido que te acompañó mientras me leías es el de un furín.
No cifro mis esperanzas de felicidad en él, sólo disfruto de la paz que me brinda su suave tintinear.
Hasta pronto…

Rorry, la Charo
María del Rosario Márquez Bello



Buenos Aires, 17 de enero de 2010

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