Porque sí, porque la vida lo quiso, soy así. Apasionada y dulce, analítica, pragmática. Acepto la realidad, no me engaño más. Ya me engané, ya me engañaron. Lo lamento, por ellos, no por mi. El dolor, como el sol, madura, forma. y por eso, porque sí... Soy asì.

lunes, 29 de noviembre de 2010

En la Playa



Miraba a dos chicos que estaban jugando a la pelota en la playa, y de pronto, uno me dio un pelotazo en la nariz.
Hubo una explosión de colores y no supe más de mí. Cuando recuperé el conocimiento, estaba rodeada por un grupo de personas.
¡Qué barbaridad! –decía una gorda de malla roja y capelina de paja- ¿Cómo dejan jugar a los chicos a la pelota en la playa.
¿Estás bien? –preguntó ansioso el cuarentón de la carpa de al lado, con el que había cambiado algunas miraditas el día anterior.
Estoy mareada. Creo que me rompieron la nariz –contesté, mientras pensaba: no hay mal que por bien, no venga. Por fin me habla-.
No sé cuánto tiempo estuve sin conocimiento. Lo que sí sé, es que tenía los labios dormidos l y la nariz me palpitaba como si fuera a explotar.
En eso, llegó el bañero con el médico del hotel. Y, mientras éste me revisaba, el bañero alejaba a los que me rodeaban.
No creo que haya fractura –dijo el doctor, mientras palpaba mi nariz.
¿Está seguro? –pregunté- Me duele mucho.
Seguro, si. No hay fractura. Le va a doler bastante –me contesto.
¿Tengo que ir al hospital? –pregunté a duras penas, porque los labios se me hinchaban cada vez más.
No. No es necesario-replicó -, con el analgésico que le voy a recetar y unas compresas frías, va a estar como nueva en unos días. Eso sí, le recomiendo no dormir durante veinticuatro horas.
¡Veinticuatro horas! ¿Cómo hago doctor? Estoy sola la ciudad. No conozco a nadie que me ayude a mantenerme despierta por veinticuatro horas.
A ver –dijo el -, dirígiéndose a quienes nos rodeaban- ¿Alguien puede acompañar a la señorita?
Si, yo -dijo el cuarentón, que entre nosotros, estaba muy bien -, soy Víctor, el dueño de la marisquería que está en la rambla. Si usted lo permite, quisiera ayudarla en todo lo posible. Me siento responsable del accidente, ya que fue uno de mis hijos el autor del pelotazo.
Le agradecí, tratando de sonreir con los ojos ya que no sentía la boca, al mismo tiempo que le extendía la mano para que me ayudara a levantar.
Me tomó la mano y ese fue el comienzo de nuestra historia.
Hoy, luego de 30 años de feliz convivencia con él, todavía nos reímos cuando vemos como tengo la cara en la foto que una turista me sacó en la playa, pensando que era un notición para el periódico local.
Y más nos reímos cuando el hijo mayor de Víctor, acota: Ése fue el mejor pase que dí en mi vida.-
 
María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo
 
Buenos Aires, 29 de noviembre de 2010
Derechos Reservados

domingo, 21 de noviembre de 2010

Cuestion de peso





Pasaron diez minutos, veinte y veinte más. A medida que amainaba el efecto del whisky bajaba también el volumen del entusiasmo, dejándolo expuesto al hostigamiento de una duda cruel: ¿se habría arrepentido Eloísa? O peor aún, ¿se habría tomado a broma una cita que él, ingenuo, había venido a cumplir religiosamente?
Era esa hora en que el cielo se pinta de lila antes de caer la noche. Habían quedado en encontrarse a las cinco y ya eran las seis de la tarde. Pidió un café y volvió a abrir la notebook. Era una manera elegante de no quedar en evidencia si ella no se presentaba. Quiso conectarse a Internet pero recordó que allí no tenían wi-fi. Se quedó mirando la pantalla. Stonenhenge... siempre lo había fascinado ese paisaje, la solidez de las piedras contrastando con el cielo azul en medio de la llanura era como una alegoría de la soledad. Llamó al mozo para pedirle soda. Al mirar hacia la ventana vio su figura reflejada. No pudo evitar sentir la angustia que lo dominaba cada vez que tomaba conciencia de su apariencia.
Tenés que bajar de peso -había dicho su amigo Simón el día anterior cuando le habló de la cita- Podes ser el más grande de los poetas, pero la gordura es un obstáculo para conquistar a una mujer. El, como otras veces, no estuvo de acuerdo. Confiaba en su poder de seducción, en su labia y los poemas que les recitaba a través del teléfono.
Había en la línea de encuentros en que se había registrado, varías mujeres subyugadas por sus palabras y esperaba que a alguna de ellas le fuera indiferente su voluminosa presencia. ¿Acaso la apariencia de una persona es más importante que su ser interior, integridad y ternura?
Por eso le había interesado la presentación de Eloísa: -“Te propongo que seamos amigos. Que compartamos un café, caminatas y charlemos. Lo demás… el tiempo lo dirá”-. Le envió un mensaje que ella contestó al día siguiente, le gustaba su voz y su manera de pensar. Habían hablado horas y horas. Se conocían íntimamente. Sabía de sus gustos y pesares, de su familia, amigos y trabajo. Habían llegado a sentir un gran aprecio el uno por el otro. Esto les hizo tener cierta expectativa por un futuro en común y empezaron a fantasear un encuentro.
Finalmente llegaron a un acuerdo y se citaron en la confitería Las Rosas. Él tendría sobre la mesa la notebook y un ejemplar de su libro de poemas, y ella llevaría un vestido color malva. Marcelo le había anticipado que tenía algunos kilos de más, no se animó a decirle qué eran más de cincuenta) y Eloísa le dijo que también estaba un poquito excedida de peso. Rieron mientras se hacían mutuas bromas y, luego de cortar la comunicación, el confió en que su sobrepeso no sería un problema.
Perdida la mirada en el cielo azul de Stonehenge no se había percatado de que alguien le estaba hablando.
-Hola, cómo estás. ¡Por fin nos encontramos! -dijo una voz conocida, mientras una montaña de color malva se derramaba sobre la silla que lo enfrentaba. ¿Era Eloísa? ¿Su Eloísa? Pues sí, no había duda. La realidad superaba en mucho a la peor de las imágenes que de ella se había hecho. Obesa, tan obesa que parecía que la piel iba a estallar ante el esfuerzo de contener su gordura. Los ojos azules apenas se entreveían y la boca, también de color malva, pugnaba por emerger entre dos abundantes cachetes. Eloísa no tenía cuello, este había sucumbido envuelto por capas y capas de grasa. Marcelo estaba desolado. Otra vez lo habían engañado. El no podía tolerar una mujer tan abundante. No sabía por qué, pero las mujeres gordas lo inhibían, lo des-erotizaban. Quiso disimular lo que sentía pero era incapaz de mantener una conversación coherente.
Eloísa no se dio cuenta de lo que pasaba y siguió hablando. Llevada por los nervios del momento hablaba y hablaba. Le contó de lo difícil que había sido conseguir un coche que la llevara hasta la confitería, de lo pequeña que era la silla, de la mesa en la que apenas podía apoyar los brazos. El hombre respondía con monosílabos y una sonrisa cortés.
Así continuaron bajo las miradas de los que los rodeaban, unos molestos porque la dulce voz de Eloísa se había convertido en un sonsonete fastidioso y otros porque su corpulencia les hizo apiñarse junto a sus compañeros de mesa.
Justo cuando la mano de ella se había acercado a la de él, como una invitación a la caricia, Marcelo recibió una llamada por el celular. No fueron muchas las palabras que cambió con su interlocutor.
Cuando terminó de hablar le dijo a Eloísa que debía reunirse con el editor de su próximo libro, para aclarar algunos puntos del contrato. Hizo un gesto llamando al mozo mientras le manifestaba la pena que sentía por tener que irse antes de lo pensado.
La ayudó a levantarse de la silla y salieron zigzagueando con dificultad por el estrecho pasillo que los llevaba a la puerta, provocando oleadas entre los ocupantes de las mesas que estaban en su camino, cuando trataban de eludir el bamboleo de sus caderas.
Una vez en la calle, esperaron hasta que pasó un coche lo suficientemente cómodo y se despidieron con la promesa de seguir la charla esa noche por medio de la línea de encuentros. Ninguno le pidió al otro el número de teléfono particular.
Exhalando un profundo suspiro Marcelo vio como se alejaba el taxi, mientras pensaba en lo oportuno que había sido al pedirle a su amigo Simón que lo llamara a las siete de la tarde.
Volvió a su casa. Apenas dos cuadras, pero el paso tardo que le imponía su obesidad hizo que demorara más de veinte minutos. Una vez allí, fue al dormitorio y mientras se cambiaba pensaba como salir del paso. No le gustaba Eloísa, no se veía viviendo con una mujer tan gorda.
Regresó al living, se sentó en un sillón y luego de un rato llegó a la conclusión de que lo mejor era cerrar la casilla y desaparecer sin dar explicaciones. Era una pena porque había varias mujeres con las que le hubiera gustado probar suerte, pero no tenía ganas de toparse con ella.
Decidido, alzó el teléfono y marcó el número de “Buscando amor”. Había varios mensajes, entre ellos uno de Eloísa en el que le decía que no la buscara más porque era un mentiroso. Que le había dicho que tenía unos kilos de más y era un gordo vergonzante, que se había sentido muy incómoda en la confitería al ver como los miraban y, lo más importante, que a ella no le gustaban los gordos.
Marcelo no podía creer lo que oía. Furioso oprimió la tecla del teléfono para responderle. No pudo, la voz impersonal de la locutora de la línea dijo: “Esa casilla ya no existe”. Eloísa le había ganado de mano. Colgó el teléfono y, silbando bajito, fue a la cocina, sacó del freezer un pote de helado y la cuchara que guardaba, por si acaso, en el anaquel superior de la puerta de la heladera. Volvió al sillón y con el control remoto encendió el televisor. Abrió el pote y comió, como sin darse cuenta, mientras pensaba en lo que había pasado.
Decidió que ya era hora de bajar de peso porque estaba cansado de los problemas que le acarreaba su gordura..El lunes llamo al médico y le pido una derivación para la nutricionista –dijo, mientras iba a buscar otro pote de helado.


Eloísa, que le había enviado el mensaje desde el taxi, llegó a su destino. Entró en un edificio de oficinas y subió al tercer piso. Abrió la puerta de la oficina de redacción y se dirigió a la oficina de su jefa, saludando a sus compañeros con la sonrisa fácil que la caracterizaba. Ellos, ensimismados en sus computadoras apenas le contestaban. La puerta estaba abierta, así que entro y, se sentó en un sillón mientras decía:
-No hay caso, Celia. ¡Dijo que tenía unos kilos de más y era tan gordo que yo al lado de él parecía anoréxica! Éste fue el último intento, parece que es imposible dar con un hombre que no mienta en esa línea, sin importar clase social, cultura o inteligencia.. Cuando no son obesos, son calvos, tienen diez años más de lo que confiesan o están casados. Creo que ya hay suficiente material para el artículo sobre las líneas de encuentro y los hombres que pululan en ellas.
Después de hablar un rato sobre el título y la extensión que tendría la nota, fue a su escritorio y mientras se encendía la computadora, entreabrió el segundo cajón del escritorio. Ése dónde escondía los medallones de menta con chocolate. Abrió la caja y se puso uno en la boca. Se agachó simulando recoger algo del piso mientras lo tragaba casi sin masticar. Sintió como bajaba a duras penas por su esófago, se enderezó y atrajo hacia ella el teclado. Empezó a escribir mientras pensaba como había fracasado la última de sus esperanzas. Propuso ese tema, porque le permitía entrar a las líneas de encuentro telefónicas desde su oficina. Pero todo había sido en vano. Cuatro meses de pretendida investigación sólo habían servido para sentirse cada vez más humillada y discriminada por su gordura.
Volvió a meter la mano en el cajón y sacó otra menta, la desenvolvió y le dio un mordisco mientras se prometía: Mañana empiezo el régimen.-

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo

Buenos Aires, 22 de noviembre de 2010
Derechos Registrados

viernes, 12 de noviembre de 2010

Murphy tenía razón...


 “Si algo puede salir mal, saldrá mal”


Creo que la mayoría de las personas está de acuerdo con esta aseveración de Edward A. Murphy. En cuanto a mí, no dudo que este año  ha sido regido por esta sentencia. Es que, en total, estuve más de cuatro meses sin mi computadora y, en consecuencia, no atendí el blog como debería haberlo hecho.
Cuatro veces mi niña informática se declaró en huelga, hasta llegar a casi un estado de no retorno. Durante todo ese tiempo, procuré tomar las cosas con calma y, a decir verdad, me asombró comprobar que no era tan adicta a la computadora como creía. Me hacía falta más por razones prácticas que por dependencia. Extrañaba eso si, el procesador de texto, los últimos audiolibros que había bajado y que dormían en sus entrañas, mi conexión con las radios online y la música que ellas me prodigaban.
Y estas palabras resonaban en mi cabeza: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Fue por eso que, en cuanto me entregaron la computadora, resolví buscar a Murphy y a su famosa ley en Google.. Así fue como descubrí que tiene varios corolarios, algunos de los cuales se ajustan perfectamente a lo que viví estos últimos meses. A saber:
1.- Nada es tan fácil como parece.
Y así fue, lo que en principio parecía algo simple, la fuente de energía no funcionaba, devino en un desastre casi total con más complicaciones de las esperadas y fueron tantas las piezas que hubo que reponer que de mi computadora sólo quedaron el gabinete, la fuente y el grabador de dvd.
2.-Todo lleva más tiempo del que usted piensa.
Y sí, llevó mucho más tiempo, pues con intervalos de tres meses, y luego otro mes, volvía a quedar sin computadora por problemas de hardware. Esto se debió a que el amigo que se ocupa de ella tuvo que viajar al interior del país por motivos de trabajo (y ya sabemos lo celosos que son los técnicos con la máquina que reparan y lo mal que se ponen cuando otra persona mete mano en su territorio), por último, hubo que esperar la reposición de la mother que funcionaba mal (esta vez por defecto de fábrica).
3.-Si existe la posibilidad de que varias cosas vayan mal, la que cause más perjuicios será la única que vaya mal.
Este corolario se cumplió de manera irrefutable. La mother dijo basta y arrastró en su caída a la micro-procesadora y la memoria. ¡Socorro!
Así es, amigos y seguidores, que estoy de vuelta, después de un año complicado a nivel cibernético, esperando que todo se desarrolle sin inconvenientes a partir de ahora.
¡Pero no…! Me había olvidado que, cuando volvió mi niña cibernética a casa, me advirtieron que el disco duro estaba viejito y puede ser que quiera jubilarse en cualquier momento.
¡Ay! Qué complicado que es navegar por el mundo cibernético cuando los Hados están en nuestra contra.  ¿Tendré que llamar a un exorcista, hacer algún gualicho, colgar una ristra de ajo encima de la computadora o buscar dos estampitas: una de San Edwin de Chucuito que parece que es el patrono de los técnico de computadoras y otra de San Isidoro de Sevilla, Patrono de Internet y de los Internautas.
En fin, después de esta larga parrafada con la que espero se hayan aclarado los motivos de mis reiteradas ausencias, me voy a visitarlos.

María del Rosario Márquez Bello
Rorry, la Charo

Buenos Aires, 12 de noviembre de 2010
 
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