Porque sí, porque la vida lo quiso, soy así. Apasionada y dulce, analítica, pragmática. Acepto la realidad, no me engaño más. Ya me engané, ya me engañaron. Lo lamento, por ellos, no por mi. El dolor, como el sol, madura, forma. y por eso, porque sí... Soy asì.

martes, 31 de julio de 2012

Infeliz día del amigo






El veinte de julio se celebra el Dia del Amigo en mi país. Mas no fue por eso que nos reunimos sino porque hacía tiempo que nos debíamos esa reunión, postergada varias veces por complicaciones familiares o de trabajo. Esta vez las seis (Alicia, Susy, Cris, Lidia, Marta y yo), nos habíamos comprometido a estar presentes.



Decidimos que fuera en lo de Alicia, porque su hijo volvía del trabajo pasada la medianoche, lo que nos brindaba unas cuantas horas para hablar y parlotear sin ser escuchadas por oídos indiscretos.



El grupo era una extraña mezcla de vocaciones y personalidades: actrices y universitarias, Susanitas y Mafaldas(’), amas de casa y artesanas. Todas habíamos celebrado las bodas de oro con la vida. Yo era la mayor pues estaba recorriendo el camino que va de las bodas de platino a las de titanio. ¿No les parece una manera muy especial para decir que estaba más cerca de los setenta años que de los sesenta y cinco?



Amaneció con lluvia y así continuó durante el día. A la tardecita caía una suave garúa. Pasadas las seis de la tarde, cuando dejé mi casa, la vereda, tachonada por numerosos charcos, brillaba bajo las luces de las luminarias. En ese momento, presintiendo el dolor que recorrería mi pierna izquierda, cada vez que encontrara un desnivel en mi camino, tuve más ganas de volver a mi departamento, que de caminar hasta la avenida por esa calle húmeda y resbalosa. (Trato de olvidar el accidente y lo que pasó después, pero mi pierna se ocupa de traerlo a mi memoria cada vez que apoyo el pie. Ya pasaron dos años y todavía sufro las secuelas. En realidad creo que nunca voy a recuperarme del todo por más ejercicios que haga. Ya me habían advertido que las lesiones del tendón de Aquiles eran complicadas y que debía darme por satisfecha si podia caminar sin ayuda de un bastón).



Por suerte encontré un taxi antes de llegar a la avenida y, tras veinte minutos de viaje, llegamos a destino. Bajé del coche que se alejó rápidamente y tanteé la pared hasta encontrar el timbre escondido entre la verja y la mata de ligustro. La calle oscura y la lluvia, que era más intensa en este barrio, lograron que los pocos minutos que Alicia tardó en abrir fueran eternos.



Tras un zumbido se abrió el portón eléctrico y crucé el pequeño jardin hasta llegar a la puerta de la casa. Entré, y vi a Lidia y a Susana sentadas en un sillon del living. Nos abrazamos muy fuerte y, luego de los consabidos: ¡Que bien que estás! ¿Bajaste de peso? ¡Que buenos están esos reflejos!”, me saqué el abrigo y fuimos a la cocina para sentarnos en la rinconera de algarrobo.



Desde la rinconera controlábamos las dos puertas de acceso a la cocina por lo cual era el lugar perfecto para la complicidad y los secretos, el rincón de las lágrimas, las risas y las confidencias dichas en voz muy baja, mientras mirábamos de reojo por si aparecía alguien de la familia que no debía escuchar lo que contábamos.


Seis jarritos de cerámica esperaban sobre la mesa que nos unía, a la vez que nos separaba. Alicia trajo la cafetera y fue hasta el dormitorio para regresar con varios sobres llenos de fotografías, justo cuando Susana sacaba un album de bebé de su cartera. Fue como dar inicio a la reunión ya que sabíamos que Cris y Marta llegarían después de las nueve.



Las fotos pasaban de mano en mano mientras las palabras se mezclaban. Alicia hablaba de su viaje al Caribe, Susy alardeaba de la nieta recién nacida; Lidia,entre foto y foto se quejaba de su trabajo. Y yo,… Yo escuchaba.



Siguieron y siguieron, con variaciones del tema que cada una había iniciado: las playas de Méjico eran bellísimas, el jefe de Lidia acosaba a sus empleadas, Micaela (la nieta de Susana)tenía los ojos verdes y la melenita ensortijada, el Calendario azteca comprado en un pueblito de Yucatán era de turquesa; Marcos, el hijo de Lidia cambiaba de novias como de camisa; la salud de la mamá de Susy la tenía muy preocupada. Y yo…,Yo seguía escuchando.



Quería hablarles de lo bien que me había ido en el concurso de artesanías del Municipio de la Costa, de la mención de honor que me otorgaron en la exposición de Santiago, de lo mucho que había vendido cuando me invitaron a la Feria de la Recoleta, pero no me oían, no me registraban. Seguían inmersas en su argumento: los hijos, la familia, los viajes.



Hacía más de 15 años que las conocía y en ese tiempo habían hablado de la escuela primaria del menor, las salidas del hijo adolescente, el casamiento de los mayores y la llegada de los nietos. Lidia y Susy eran muy unidas, porque sus hijos menores tenían la misma edad y por ello, forjaron relaciones más íntimas. Muchas veces hablaban de cómo les iba en el colegio, otras de temas que tan solo ellas conocían o de reuniones a las que todas, salvo yo, habían sido invitadas. Eso no me extrañaba, pues hacía mucho tiempo que había comprendido que las mujeres solas, ya fueran viudas, solteras o divorciadas, no eran muy bien recibidas en las reuniones y salidas de las parejas casadas.



A las nueve llegó Cris. Poco después Marta llamó para avisarnos que no vendría pues no podía zafar de un problema en la oficina. Entonces Alicia trajo los sándwiches, las gaseosas, los platos descartables y las servilletas de papel que había comprado, ya que por decreto del grupo, ninguna de nosotras tenía que cocinar, lavar platos u otros enseres cuando estábamos reunidas. Ese fue el único momento de la noche en que permanecimos calladas. Terminamos con un café, esta vez doble, con crema, canela y chocolate.



Fué el momento de hablar de maridos, novios, amigos y amantes. Encuentros y desencuentros, ilusiones y desilusiones, agobio y liberación. Maridos aburridos, hijos rebeldes, nueras encantadoras, consuegras insoportables. Hombres que rehuían el compromiso y otros que, al contrario, estaban sospechosamente interesados en comprometerse, pues el miedo a la soledad los impulsaba a buscar cobijo y compañía en los últimos años de su vida.



Parecía que se habían acabado todos los temas cuando, y como si le hubiera hecho efecto el alcohol que no tomamos, Alicia se volvió hacia mí para decirme:
 -Anita, no dejo de observarte desde que llegaste y, la verdad, tengo que decirte que ese color de pelo y el corte que te hicieron te queda estupendo. Mucho, pero mucho mejor que el que usabas el año pasado. – Las demás asintieron agregando que era cierto, que el pelo lacio entristecía mi expresión, que el color que tenía antes endurecía mis facciones, que ese era el largo que más me favorecía y otras cosas por el estilo. Creí que habían terminado de opinar.

 
Sin embargo, lo peor vino después, cuando Alicia dijo:


-Ahora , volves a verte como una de nosotras, como la señora fina que eras cuando te conocimos. Antes, con el pelo lacio y oscuro parecías… Perdoná, pero lo digo porque te quiero, parecías barata, una cualquiera, una prostituta.


Cris y Susana intentaron contradecirla, detenerla. Pero ella no se dio por enterada y agregó:


Para colmo, el pelo oscuro, resaltaba tu pelada.



Si me preguntan que pasó después, no puedo decirlo con certeza, porque en vano intento recordarlo. Creo que estaba en shock. Me quedé callada, incapaz de responder porque era incapaz de entender lo que me había dicho. Una de las chicas, no estoy segura quien, quiso menguar el momento de tensión diciendo no sé que cosa.


Lo que si recuerdo, es que después de un rato de conversación tomé otro café, pagué mi parte del gasto y pedí un taxi para volver a casa.



Las palabras de Alicia resonaban en mi cabeza: “barata, cualquiera, prostituta“. Una más insultante que la otra, ascendiendo en el nivel de agravio. Pero la que más me descolocaba por lo inesperada era “pelada”. Pelada es un término virtualmente desconocido en el universo femenino. Es tabú, impronunciable. Creo que nunca lo había oído enunciar con respecto a una mujer, y ahora lo escuchaba como atinente a mi persona.


No entendía pues nadie, ni mi peluquero, me había dicho que estaba perdiendo el pelo. ¡Si al contrario, me decía que tenía demasiado cabello cada vez que me peinaba!



Ya en la cama y antes de dormir, pasé revista a lo que había ocurrido esa noche y me dí cuenta de que, aún cuando yo creía participar de la conversación, todo el tiempo mis amigas hablaron y hablaron de ellas y sus cosas. Que cuando yo quería contarles algo, alguen me interrumpía con una acotación y cambiaban de tema.


Que no me preguntaron cómo estaba, Cómo andaban mis cosas, mi familia, mi vida sentimental. En fin, no se interesaron por mí. Y que no era la primera vez que me pasaba. Muchas veces había tenido la sensación de ser más testigo que protagonista de nuestras reuniones.



Para colmo, anoche me habían agredido con una acotación insolente y desubicada. Con palabras que me descalificaban, palabras dichas sin medir el dolor que podrían causar. Porque decirle a una mujer, a cualquier mujer, lo que ella había dicho de mi, es denigrarla, descalificarla, debilitar su imagen corporal y su auto estima. Y eso es lo que Alicia había hecho conmigo, me había herido con total impunidad invocando un mal entendido aprecio y las otras, mis amigas, no se esforzaron demasiado por reparar su imprudencia.



Como dije antes, no puedo recordar nítidamente lo que pasó desde que oí las palabras de Alicia hasta el momento en que subí al taxi para regresar a casa.



Solo hay una cosa de la que estoy segura:
Esta fue la última vez que me encuentro con ellas.

Rorry, la Charo
María del Rosario Márquez Bello


Buenos Aires, 31 de julio de 2012
Derechos Reservados








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Bienvenid@ a mi blog

Me interesa tu opinión pues ella me ayuda a crecer.
Gracias

 
Web Stats