Porque sí, porque la vida lo quiso, soy así. Apasionada y dulce, analítica, pragmática. Acepto la realidad, no me engaño más. Ya me engané, ya me engañaron. Lo lamento, por ellos, no por mi. El dolor, como el sol, madura, forma. y por eso, porque sí... Soy asì.

sábado, 11 de julio de 2009




¿Para que sirve la literatura?...

La literatura es una ventana a la fantasía, un pasaporte a la realidad y al conocimiento de culturas, vidas, sueños y territorios lejanos. La literatura es vida, alimento para el espíritu y solaz para la mente.

Si hablo de la literatura tengo que decir que fue la varita mágica que me abrió la ventana a la fantasía, al descubrimiento del mundo en que vivo, a las ilusiones, heroísmos y cobardías.

Con Monteiro Lobato y su Minotauro, recorrí las montañas e islas griegas, ascendí al Olimpo, conocí a sus dioses y semidioses, saboreando néctar y ambrosía mientras presenciaba sus rencillas. Estuve con Hércules, vi a la Hidra de siete cabezas y a Prometeo atado a una roca pagando la osadía de haber robado el fuego de los dioses.

Con Julio Verne recorrí África en un globo, lo profundo del mar con el Nautilus, di la vuelta al mundo para ganar una apuesta y llegué hasta el Estrecho de Magallanes.

Compartí la prisión con el conde de Montecristo, sufrí junto a D’Artagnan cuando asesinaron a su amada, subí por el árbol de guisantes hasta llegar al reino del ogro y sentí el dolor que taladraba los pies de la pobre sirenita.

Luego llegaron a mi vida los libros de ciencia ficción, la revista Mas Allá, la saga de los Aznar, Asimov con sus robots más que humanos, Bradbury con la triste nostalgia por lo que habríamos de perder en el futuro. De la mano de Huxley conocí el soma, la fecundación in vitro y la programación de los seres humanos. Orwell
en “Mil novecientos ochenta y cuatro” me habló del Hermano mayor, la manipulación de la historia (como dice la canción “...si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia...”) y también me permitió descubrir cual podría ser mi terror más profundo, aquel capaz de doblegar mi voluntad o llevarme a la locura.

Supe de la filosofía y costumbres de China con “Una hoja en la tormenta” y “Las llaves del Reino” ambas me hicieron vivir en la pobreza, el imperio y una aterradora guerra civil.

Me sentí una yanqui de pura cepa, pues Tom Sawyer, Hombrecitos, Mujercitas, Papaíto Piernas Largas, Jane Eyre y luego la colección “Rastros” me hicieron creer que yo era una de ellos. Que los cowboys cabalgaban por las pampas, los indios eran malos y los bisontes debían ser exterminados por el bien de la nación..

En mi temprana adolescencia “La chispa de la vida” de Erich María Remarque me llevó al terror y la desesperanza de los campos de concentración. Luego, ya adulta, “La hora veinticinco” y su continuación “Una segunda oportunidad” me hicieron sentir que no hay esperanzas para los que quieren vivir en paz. Que siempre habrá una guerra, un nuevo conflicto, una diferencia política, racial o religiosa que será aprovechada por aquellos que lucran con el dolor y las necesidades para desatar otra contienda..

Esos libros fueron los que reafirmaron mi convicción. Ya me había horrorizado leer en Las llaves del Reino el momento en el que traen a un chino que había sido prisionero de unos guerrilleros y descubren que éstos le habían hecho, con clavos, una corona en la cabeza a semejanza de la corona de espinas de Jesucristo, porque se había convertido al cristianismo. Sin embargo, ver como los protagonistas de “La Segunda oportunidad”, padecen primero bajo el dominio alemán y luego como, cuando son liberados, les cobran el precio del odio con la vida de su pequeño hijo, leer que justo cuando creen estar en paz ven aterrizar en su campo un helicóptero del que descienden unos soldados que vienen a liberarlos en nombre de quien sabe qué idea política; y empieza a girar, otra vez, la rueda de la guerra y el terror en la que ellos quedan envueltos, me produjo un impacto tan grande que nunca quise releer ese libro y me deshice de él en cuanto pude. Como si fuera el transmisor de la peste de la guerra.

De todo lo que leí aprendí algo, descubrí nuevos mundos, otras formas de vivir, costumbres y religiones desconocidas. Al mismo tiempo viví las vidas y aventuras de sus protagonistas. Fui Desirée Clary novia de Napoleón y devota esposa de Bernardote. Sentí con ella la falta de cariño de su madre adoptiva, la reina de Suecia. Siguiendo su vida estuve en la Francia revolucionaria, la del Imperio y el regreso de los Borbones. Estuve en Capri con la “Historia de San Michelle”, embalsamé cadáveres con Sinhué el Egipcio, fui etrusca, romana, inglesa, china, japonesa, lapona o mujer de las cavernas. Estuve en la Polinesia, en España, en el fondo del mar y en lo alto de los cielos. En la cumbre helada de los Andes junto a los sobrevivientes de un accidente aéreo y en un velero recorriendo los mares del sur. . Navegué en el acorazado Graf Spee y con los barcos piratas de Salgari. Crucé el espacio en autoplanetas y naves espaciales. Viajé al centro de la tierra con Julio Verne. Fui feliz y desdichada. Reí y lloré junto a los protagonistas de mis lecturas. Imaginé paisajes que no pueden ser recreados por ninguna tecnología, conocí culturas inexistentes y procuré descifrar la escritura de los dioses en la penumbra de un calabozo. Fui victima y victimaria. Seducida y seductora. He muerto mil veces. De frío en Alaska, de sed en el desierto. De hambre en los campos de concentración y de placer en los brazos de un ser amado. Di vida y otorgué muerte. Ascendí a las montañas en busca de mármol para crear esculturas por orden del Papa y junté hojas de palmeras en una perdida isla del Pacífico para hacer una choza que me sirviera de cobijo. Descubrí ciudades perdidas y arrasé civilizaciones enteras. Fui Atila, Carlomagno, Cleopatra o la Perricholi. Sentí como el amor, ya fuera divino o mundano, transformaba a Juana de Orleáns, Juana la loca y a Juana Manuela Gorriti en mujeres que se destacaban del resto de sus congéneres. Supe del odio, de la ambición, de la entrega generosa y de aquella que solapa fines mezquinos, de la vida de los hombres y los animales, de la historia y la fantasía.

Y así, a lo largo de los años, día a día, hora a hora la literatura fue refugio, acicate, guía, consuelo, solaz, formadora y deformadora, de lo que soy y de lo que pude haber sido, de lo que fui o de lo que no pude evitar ser. Semilla y sal en el surco de mi vida, señalización de los “si hubiera” que quedaron en el camino.

Hoy, cercana a la literatura pero alejada por motivos ajenos a mi voluntad, añoro aquellos momentos de entrega apasionada al placer y a la ansiosa expectativa de abrir un libro y sumergirme en él sin tener idea del tiempo que transcurre mientras recorro sus hojas y absorbo, como tierra sedienta, las ideas e historias que él encierra.-

María del Rosario Márquez Bello (2006)
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